Entrevista completa de Pilar Manzanares (Agencia COLPISA)

Muchas veces el espacio disponible para los artículos provoca que se pierdan preguntas interesantes y respuestas pormenorizadas. Por eso cuelgo aquí la entrevista completa que realizó Pilar Manzanares de la Agencia COLPISA con motivo de la publicación en España de Mezclados y agitados (DeBolsillo, Barcelona, 2012).


Pilar Manzanares: ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
Antonio Jiménez Morato: Bueno, la idea del libro, tal y como se ha realizado, es de María Casas, la editora, y supongo que me lo encomendó a mí porque sabía que yo podía tener una idea bastante cercana de cómo podría ser el libro. Hace muchos años yo tenía una idea de un libro cuyo título provisional era “Literatura de bar”. Era un libro mucho más deambulatorio, más diletante, mientras que este es mucho más ordenado, tiene una estructura más clara. Digamos que este libro tiene una concepción de menú, de carta de degustación, y aquel proyecto ya extinto era más cercano a la embriaguez. O sea, que han sido necesarios muchos proyectos como aquel para obtener la madurez necesaria para preparar un menú como el que ahora se ha editado.
PM: ¿Con qué autor fue con el que rompió el hielo? ¿Por qué ese autor y cual es su historia, su cóctel?
AJM: En este tipo de proyectos hay, siempre, que ofrecer una muestra. Algo que todos los departamentos de la editorial puedan valorar antes de decidir si se pisa el acelerador para poner en marcha el libro. También tenía que decidirse cómo estructurar cada uno de los capítulos del libro y darle a Aurelio Lorenzo, el ilustrador, un nombre para hacer la muestra de su trabajo. Y el primero fue, curiosamente, Mirko Lauer. No por nada en particular, sino porque estaba yo por esos días leyendo las tres novelas de Lauer, releyendo “Secretos inútiles” en la edición de Periférica y aprovechándome de la excelencia de las bibliotecas universitarias de los Estados Unidos para leer sus otras dos novelas (“Órbitas. Tertulias” y “Tapen la tumba”). Son novelas donde aparece mucho el alcohol en general y la coctelería en particular, porque sus historias ocurren en los ambientes de clase alta peruana, en una localidad imaginaria llamada Cerro Azul. Y, además, encontré la atinadísima descripción de los tipos de camarero según el modo en que roben a la clientela que incluí en el libro. Así que me dije: este es el primero, se escribió casi solo, del tirón, porque Mirko Lauer me había dado el capítulo ya escrito, yo sólo tuve que ordenarlo.

PM: De entre los cócteles del libro, ¿cuál es su favorito?
AJM: Como digo en el prólogo del libro, no tengo un único cóctel favorito. Ahora, en Nueva York, suelo pedir whisky con hielo para no jugármela, pero si sé que el barman es bueno no me lo pienso dos veces y pido un Martini, un Gimlet o algo así. En Madrid, siempre que puedo, pido gin tonics, y si sé que estoy en el Maluca, el bar de confianza que regenta mi amigo Camilo, soy más preciso y pido la ginebra Brecon con tónica Fentimans y un tallo de lemongrass cortado transversalmente en un vaso Collins que se ensanche en la boca. El propio Camilo me lo ofreció hace tiempo cuando le dije que quería probar nuevos gin tonics y desde entonces siempre pido lo mismo. Soy promiscuo hasta que doy con lo que me gusta. Entonces me convierto en un tipo fiel.

PM: ¿Con qué escritor lo comparte?
AJM: Bueno, yo comparto las copas con los amigos. A veces son escritores y otras no, pero en la barra del bar eso es lo de menos. Los escritores normales, la gente simpática y poco engreída o retirada en su locura suele hablar de las mismas cosas independientemente de su profesión. Tengo la suerte de tener muchos amigos escritores, y editores, agentes literarios, periodistas, etc… Pero me importa sólo que sean mis amigos, no lo que hacen para ganarse la vida.

PM: ¿Cómo fue la labor de investigación para este libro?
AJM: Leer mucho, durante muchos años. Encontrar las citas necesarias para el libro, aunque algunas se hayan quedado fuera por motivos de permisos (algunos los herederos y algunos agentes literarios, gente que jamás ha sabido poner una palabra detrás de la otra, son el verdadero cáncer de la literatura hoy), y luego elegir el enfoque sobre cada autor en base a mi conocimiento de su obra y el juicio más o menos formado que tengo sobre ella. Muchos se han quedado afuera, quizás en un futuro se pueda ampliar el libro y doblar el número de autores, no lo veo especialmente complicado. Simplificando diría que se trata de una labor de muchos años de leer y escribir, y de ir a bares también, claro.

PM: ¿Ha tomado copas con alguno de los escritores del libro? Si es así, ¿con quién o quiénes y cómo fue (cómo surgió, donde tomaron las copas, de qué hablaron…)?
AJM: Si no he contado mal (lo he hecho para responder a la pregunta), a día de hoy tan sólo siete de los autores recogidos en este libro están vivos. Así que está complicado haber tomado nada con algunos de ellos. De todos modos, con quién si tomé algo, unos vinos cenando en tres o cuatro ocasiones, fue con Fogwill. En Madrid y en Montevideo. Hablamos de literatura, poco, de mujeres, mucho, y de la vida. Fogwill era un tipo encantador cuando se generaba la confianza necesaria. También he visto a Tomeo con una cerveza en la mano, pero sin llevársela nunca a la boca, en una fiesta en Barcelona. Y con César Aira he compartido algunos cafés y un par de whiskys, es un tipo muy cálido y entretenido. De todos modos, a los escritores hay que leerlos, luego uno tratará o no con las personas, pero eso es secundario. No me gusta crear mitologías sobre los escritores o el mundo literario, me parecen absurdas.

PM: Sorprendente la historia del calimocho, cóctel de Fogwill. ¿Tomó alguno con él? ¿Cómo era este escritor con respecto a la bebida y esas charlas en los bares? ¿Fue él quién le contó el origen del calimocho que cuenta en su libro?
AJM: Fogwill no me habló jamás del calimocho. Y dudo mucho que él lo disfrutara. En Madrid el vino lo pidió Julián Rodríguez, su editor, pero en Montevideo siempre se encargaba él de eso. No sólo conocía perfectamente las bodegas y los tipos de uva, sino que estaba al tanto de la calidad de una cosecha u otra. Porque él era así en todo. Fogwill no podía no saber de algo si le interesaba lo más mínimo. Quizás era un resabio de sus años como sociólogo, de su labor como consultor de grandes empresas, pero él lo sabía todo, un saber enciclopédico y profundo. Porque si él se acercaba a un tema era para conocerlo a fondo, eso de “tener una idea de algo” no iba con él. Él tenía que saberlo todo. Por eso no me extrañaría que, cuando escribió “Muchacha punk”, que es de donde está sacada la cita, él mismo identificara el origen del cóctel. Porque él era así. Hay una precisión en su mirada única: un punk bebe calimocho, el calimocho tiene un determinado origen y eso aparece en su texto. No le conocí lo suficiente, es algo que me pesa, me caía muy bien y al poco de su muerte me llevé la sorpresa de que en una de las últimas entrevistas que concedió hablaba muy bien de mí como crítico. Por eso lo cité en mi blog. Es uno de los regalos que me ha dado esto de escribir, conocer a un tipo tan grande, en todos los sentidos, como Fogwill y saber que a él le gustaba mi trabajo.

PM: García Márquez nos deja con la duda de ese cóctel de ron que Graham Greene le preparaba. Pero en libro parece que has estado con él. De ser así, ¿qué roncito es el que mojó la conversación y dónde tuvo lugar esta? (Si me puede describir un poco cómo fue, perfecto).
AJM: Me halaga que al leer el libro alguien crea que he estado con García Márquez. Nunca he estado con él en persona, lo he hecho mil veces al leerle, pero nunca he charlado con él. Supongo que sería una experiencia agradable. Yo leí a García Márquez como un obseso durante muchos años, hoy ya un poco menos, pero puedo recitarte las primas frases de “Cien años de soledad”, por ejemplo. Y hay libros suyos, como “El coronel…” o “Crónica…” que me parecen imprescindibles para la literatura del siglo xx. Pero no, no se he tenido la suerte de charlar con García Márquez. Lo haría sin problema, con un café o un té incluso –creo que él no es tampoco de mucho beber, y menos ahora-, si se diera la ocasión. Mira a ver si está en tu mano hacerlo. Luego te lo cuento todo.

PM: Hemingway nunca falta a estas citas, ¿qué es para usted lo más atractivo de este escritor, modelo siempre en artículos donde se habla de la buena vida?
AJM: No sé si Hemingway es un ejemplo de “autor de la buena vida”. En París era pobre como una rata, por ejemplo. Y vivió muy bien más tarde, entre otras cosas, porque tuvo la astucia de irse a Cuba primero, y más tarde vivir en el campo, donde la vida es menos dispendiosa. De todos modos, lo que siempre me ha parecido más atractivo de Hemingway, y quizás de algún modo en ese sentido sí que me haya servido de modelo, es su enfoque de la vida literaria. En no seguirla para nada, saltarse los márgenes y hacer otra cosa, pero no seguir eso que se ha llamado “la vida literaria” que, como decía Unamuno, “o es vida, o es literaria”. Cuando era joven la gente no se explicaba cuándo escribía, porque lo veían siempre al pie del cañón, allí donde hubiera algo que ver o que vivir, pero lo hizo, muchísimo. Cualquiera que lo haya leído (porque a los escritores, repito una vez más, hay que leerlos antes de nada) habrá comprobado que no es sencillo escribir así, que eso surge del trabajo, de muchas horas frente a la máquina de escribir. Más tarde llevó una vida que es la más deseable del mundo: tener tranquilidad para escribir, para vivir con su mujer y criar a sus hijos, y disfrutar de la vida con los amigos. Eso es lo que hizo en Cuba primero y en Idaho más tarde.

PM: Tras haberse documentando tanto, ¿una borrachera de libro que recomendaría especialmente? ¿Y una novela relacionada con la bebida?
AJM: Bueno, vamos a aprovechar la visibilidad de una entrevista para reivindicar un libro un tanto olvidado: “A esmorga”, del gallego Eduardo Blanco Amor, que se tradujo por parte del propio autor como “La parranda”. Hace poco la han reeditado, así que no es complicado conseguirla. Por otro lado, aprovechando también que en breve se pondrá de moda por la adaptación que ha realizado Michel Gondry, recomendemos “La espuma de los días”, de Boris Vian, donde aparece un instrumento, inventado por el protagonista, llamado pianoctél, que genera combinados desde las piezas musicales que se tocan en él, asignando cada nota a un licor o aroma y la duración de las notas a las cantidades. Dan ganas de tener uno así en casa. Ni qué decir tiene que tanto Vian como Blanco Amor pasarán a formar parte de la nómina de “Mezclados y agitados” si puede ser reeditado.

PM: ¿Quién es ese gran bebedor al que usted admira y por qué lo admira?
AJM: No admiro a nadie, ni lo he admirado, por ser bebedor. No sé si llegaré a admirarlo. Pero quien siempre me sorprendió fue Félix Romeo. Sabía donde estaba el bar más cercano, las barras más divertidas, los mejores sitios. Era quien cerraba los bares y lo hacía en pleno dominio de sus facultades. Y al día siguiente estaba en pie el primero sin asomo de resaca. Esto lo convertiría ya en alguien único, pero es que además era capaz de hablar de libros raros, que había leído o tenía perfectamente ubicados, de libros que todo el mundo ha leído dando un enfoque original y poco frecuentado, y además ser atento y cálido en todo momento. Cuando publiqué mi primera novela él mismo me la pidió, se me acercó y me dijo si ya tenía ejemplares porque suponía que ya había salido. Nunca admiraré a alguien por bebedor, lo admiraré por su condición humana. Félix Romeo estaba muy por encima del resto. Hay otros, pero están vivos, así que no daré sus nombres para que no se sientan azorados.

PM: ¿El cóctel más curioso con el que se ha encontrado y qué escritor lo tomaba y en qué consistía?
AJM: No me he encontrado con cócteles demasiado curiosos. Sí con cócteles originales, una de las cosas más bonitas de la coctelería es que es, también, un espacio de creación. En España, donde somos muy bebedores, paradójicamente somos poco cocteleros. No me imagino una sección de coctelería en un periódico español como la de la revista dominical del New York Times, ni un museo de la coctelería como el que hay en Nueva Orleans, por ejemplo. Tengo una amiga aquí, en NYC, Nerea, que es una bartender de primera, y cuando no tiene mucho trabajo se dedica a hacer pruebas e inventar cócteles, tiene varios que en algunos casos son variaciones de combinados más frecuentes y en otros son más rompedores. Yo me he visto probándolos, muy contento de la vida. No sé si eso me califica como escritor al que le has visto tomarlos. Algunas veces comentamos que deberíamos ponernos a hacer un libro con sus recetas originales como punto de partida, un modo distinto de hacer literatura, quizás ese se termine llamando “Literatura de bar”, o, mejor todavía, “Cóctel de escrituras”, quién sabe, hay tantas cosas que pueden pasar en un bar.
Entrevista realizada por correo electrónico en noviembre de 2012