Frente a la necesidad de estar hiperconectado, enclaustrarse en la escritura es lo más vanguardista, por Miguel Ángel Morales

Fotografía de Luis Manuel Rivera

De la cantidad de libros teóricos, compilaciones y ensayos sobre la producción literaria latinoamericana del presente siglo pueden especularse cosas ambiguas: que aún están germinándose en cierta academia, que se encuentran próximos a publicarse en alguna editorial arriesgada o que de nada sirven ya que el Internet lo copa todo. Tampoco hay que rastrear demasiado en las pilas de novedades de las librerías para deducir que existe una escasez de publicaciones empeñadas en trazar cartografías de lo que está ocurriendo actualmente en el ámbito literario regional. El lector curioso probablemente tenga que importar este tipo de títulos de alguna editorial sudamericana o estadounidense, aunque lo más seguro es que hurgue en los locales cerrados y revisterías, que es en donde usualmente se encuentra el termómetro de la actualidad y el porvenir. Cosa aventurada es editar un libro de una naturaleza que usualmente asociamos a las revistas, ya que se requiere un ojo sagaz para escribir y elegir aquellas propuestas dignas de ser cinceladas en una publicación atípica. Eso es lo que ha hecho Festina, joven editorial mexicana encabezada por David González Tolosa y Juan Antonio del Monte, la cual lanza un libro que incluye artículos, perfiles y críticas sobre una treintena escritores que se caracterizan por su disciplina, rigurosidad y cariz incómodo ante ciertas estéticas o corrientes hegemónicas. El libro se llama La piedra que se escribe. Narrativa latinoamericana desde el presente. En él, su autor, Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976), urde una especie de canon que no se basa en una espectacularidad de nombres plegados en marquesinas, mas sí en una serie de escritores que atacan a sus lectores. Mediante una prosa que funge como ruta antisolemne en donde el lector puede caminar no pocas veces asombrado, Jiménez Morato propone una ética de los márgenes que lo mismo se detiene en Mario Levrero que en Alejandro Zambra o en Nicolás Cabral. La apuesta es manifestar una «voluntad de permanencia», proyecto para nada menor. Descripción inmejorable del trabajo de orfebre de Antonio es la cita de Héctor Libertella ocupada a modo de epígrafe: «hace su negocio incluyéndose en un campo convencional de posibles negocios, invierte a largo plazo indiferente al mecanismo de las pérdidas o de las ganancias y que, ajena a la conquista de rápidos efectos de mercado, sólo “funciona” (…) compulsivamente en las cuevas».
En suma, estamos ante un mapa que ubica sucintamente y en su contexto a sus cartas literarias, todas ellas de primer orden. Coincidiendo con tal publicación, pude charlar con él. 
El libro contiene casi una decena de ensayos y perfiles acerca de autores mexicanos. ¿Qué escritores de estas tierras son los que más han llamado tu atención de un tiempo para acá?
De literatura mexicana puedo leer 20 libros al año. Posiblemente las literaturas más potentes que hay en lengua española hoy son la argentina, la mexicana y desde hace unos 10 o 15 años, la chilena, que siempre había sido una literatura con una producción de poesía de altísima calidad, pero de un tiempo para acá, Chile está produciendo también narradores muy interesantes. En el caso de la literatura mexicana, puedo nombrar a Yuri Herrera, Valeria Luiselli, Laia Jufresa, Brenda Lozano, Antonio Ortuño, Daniel Fragoso... Tryno Maldonado está haciendo algo muy interesante al mezclar la vocación literaria con la militancia con todo el tema de Ayotzinapa. Uno de los autores que estoy trabajando en la tesis es Salvador Elizondo. Tengo una especial debilidad por los llamados autores de la Casa del Lago: Elizondo, García Ponce y demás. Tengo muchas ganas de leer el libro con el que Luciano Concheira quedó finalista del Anagrama, que debe estar a punto de publicarlo. En general estoy bastante atento a lo que se produce en la literatura y no es ningún tipo de sacrificio, sino un interés personal.
Lo primero que, creo, caracteriza a este libro es que es muy fresco debido en gran parte a que toma ciertos autores de más o menos reciente aparición. Algunos publicaron su primera obra hace no más de diez años. No es algo muy común en un libro en el ámbito literario en México. Es más común a las revistas culturales (La TempestadLetras LibresTierra AdentroNexos) que se encarguen de cubrir el espectro cultural y el pulso de la actualidad. También eso le atañe a las secciones culturales de los periódicos. Pero que haya un impulso de teorizar en un libro acerca de autores recientes es en cierta forma peculiar. ¿A qué se debe tu interés?
Yo creo que hay una cuestión muy interesante en lo que estás diciendo: la actualidad suele ser pasto y terreno del periodismo, que es donde se está ejerciendo la batalla por ocupar un lugar en el campo literario; mientras que en la academia, los libros y los textos más conformados tienen un ritmo mucho más, digamos, lento. Esperan a que esos autores ya estén más o menos reconocidos y tengan un lugar establecido y es entonces cuando se realiza la labor crítica sobre ellos, cosa muy lógica además, porque esa labor crítica hasta cierto punto requiere y exige ese sosiego frente a la velocidad y a la inminencia del periodismo. Hay una cosa que me parece muy interesante: en años bastante recientes se ha producido una serie de fenómenos exitosos en la literatura latinoamericana, que surgen particularmente tras la muerte de Bolaño. Nunca ha habido un interés tan acuciante por parte de editores en otras lenguas a la hora de traducir autores latinoamericanos. Por eso me interesó ese terreno poco explorado.
¿Hay entonces una estrategia editorial para la búsqueda del sucesor de Bolaño? «Tenemos al nuevo Bolaño y lo encontramos nosotros», seguro han de pensar las editoriales.
Sí. Eso lo están haciendo desde hace algunos años desde algunas editoriales y desde alguna crítica, y hasta cierto punto ya hay candidatos. Cuando hace un par de años New Directions, que es posiblemente la editorial más prestigiosa en Estados Unidos, le contrató automáticamente diez libros a César Aira, mucha gente seguramente se dijo «Uy, posiblemente será el próximo boom». Lo que pasa es que Aira es demasiado exigente con los lectores como para que llegue a tener un impacto mucho mayor del que ya ha tenido. Yo creo que eventualmente se va a convertir en un autor de referencia, culto, de academia, pero no se va a producir esa efervescencia como con Bolaño. Lo que ha vendido Bolaño en Estados Unidos no tiene nombre. Ha significado una especie de bombazo con 2666 y Los detectives salvajes. Sí, sí hay esa búsqueda del nuevo Bolaño, la hay por parte de las editoriales, la hay por parte de las agencias y la hay por parte de la prensa. Existe una ansiedad de generar un escalafón y de colocar al próximo gran autor en la cumbre. Yo creo que lo inteligente es aprovechar esa búsqueda por el nuevo Bolaño para situar un montón de producciones que antes no habrían conseguido llamar la atención.
En buena medida, una de las intenciones del libro es cartografiar esa realidad post Bolaño. Y otra cosa muy importante: esa cartografía de la academia gringa ya se está haciendo, pero se hace a través de lo que ya está traducido, lo que a mí hasta cierto punto me incomoda, me molesta que para estar ahí tengan que haber sido ya traducidos. Hay libros como Beyond Bolaño (Héctor Hoyos) y una antología de literatura latinoamericana de la cual ahora no recuerdo el nombre de la universidad que la editó, que pretenden realizar esa cartografía. Son un tipo de textos son muy habituales en el mundo anglosajón. Hay unos manuales que venden muy bien, esas antologías que compran los estudiantes universitarios que están haciendo algún tipo de curso sobre México para tener una idea de cómo es la historia de México, su producción cultural y demás. Un breviario de México. El problema con esos textos y antologías es que se están haciendo desde la perspectiva anglosajona, lo cual creo que es un demérito y un problema. Es interesante que seamos nosotros que podemos leer en la misma lengua los que hagamos esas cartografías, y también proponer cartografías alternativas. Esa es una de las razones para hacer este libro.
Si te has dado cuenta, al leer el libro hay una serie de textos que, más que crítica literaria en sentido estricto, se parecen mucho a perfiles, textos que están hechos sobre autores que tienen la virtud de ser buenos y tienen que sufrir el problema de ser amigos míos. En algunos de los casos ha sido a raíz de ese trato privado cuando he descubierto algunas cosas que eran menos evidentes, por ejemplo, creo que el caso más patente en ese sentido serían los perfiles de Nicolás Cabral, Eduardo Halfon, Álvaro Bisama o Valeria Luiselli.
Hay otra idea muy persistente a lo largo de La piedra que se escribe, que se encuentra moldeada por el concepto de literatura menor, entendido en dos acepciones, el primero como lo ocupa Bolaño (y señalado dentro del libro) para criticar ferozmente a aquellos autores propios de una fiebre editorial, mercantill; el segundo, en su sentido original como lo acuñaron Deleuze y Güattari, que sirve para trazar una línea de ciertos autores desterritorializados y alejados en muchos casos de una centralidad de lo que llamamos canon, pero que se vuelven figuras principales. Esto se puede aplicar a escritores mexicanos como a latinoamericanos en general. Vemos cómo en Uruguay y Sudamérica el mito Levrero es un canon prácticamente cuajado ¿Cómo has pensado esa relación problemática entre esa literatura menor denostada, que no tiene proyección, y la otra literatura menor, de particularidades, y reconfiguraciones de lo que conocemos como canon?
Va a haber sorpresas con el legado de Levrero, buenas sorpresas. Yo he tenido la suerte de estar trabajando con el archivo de Levrero, con sus manuscritos y todavía hay cositas por publicar. Habría que analizar lo que planteas  y tal como lo planteas sobre cómo se establece el canon y en qué momento se fija. Hay que preguntarse si el canon es consensuado y en qué medida es consensuado. Una cosa muy interesante del canon es que, para funcionar a efectos metodológicos y prácticos, tiene que ser aceptado y en el momento en que es aceptado se torna, por así decirlo, modelo, se vuelve hegemónico. Precisamente el caso de Levrero es paradigmático porque se está convirtiendo en canon por haber sido un anticanónico intencionado durante toda su vida. La manera en que él concebía la práctica literaria y la escritura era muy escorada como para considerarlo un autor canónico, y paradójicamente se está convirtiendo en eso.
Respondiendo a lo otro: efectivamente hay una cita de Deleuze-Guattari, del libro Kafka: por una literatura menor, que yo creo que es muy importante por lo que nos vienen a decir porque siempre se hace la lectura inmediata, explícita, de la metáfora sobre Kafka: que era un tipo que escribe en alemán y no precisamente en un alemán sofisticado, más bien bastante seco, además vivía en un entorno de exaltación patriótica rodeado de checos y siempre se quedan con esa idea de lo aislado, del hombre-islote. Pero lo que vienen a decir Deleuze y Guattari es que cada autor tiene la obligación de generar ese aislamiento, es decir, que cada uno tiene que encontrar en su experiencia personal su tercer mundo particular desde el cual trabajar y proyectarse al exterior. Entonces sí, hasta cierto punto yo ahí me planto en una postura radical y planteo una idea subyacente en muchos de los autores elegidos en el libro por lo que me interesan: tienen una capacidad de automarginalizarse, de generar ese propio lugar de la reivindicación desde el cual alzan la voz. A efectos de la concepción que hay de la literatura que se hace en México, yo creo que habría también que replantearse la misma idea y los clichés que durante años se han dado sobre la literatura mexicana. Hay uno muy repetido que es el del supuesto realismo de la narrativa mexicana, que la literatura mexicana es realista sin más. Pero la respuesta sería "sí y no". Es realista Pedro Páramo, y  son realistas los cuentos de Arreola, y lo son también los textos de García Ponce. Al mismo tiempo no lo son. Sí que hay una escuela que tradicionalmente produjo cualquier tipo de intervención a la sombra del poder para que sea más manipulable, explícitamente ideológica y muy reconocible, que tal vez floreció bajo el dominio del PRI, pero yo creo que México lleva muchos años demostrando que la realidad es mucho más amplia que ese realismo acotado en la que se la ha querido encasillar y que (para hablar de autores de hoy) la literatura de Alberto Chimal, de BEF, de José Luis Zárate también ofrece criterios realistas si uno la lee atentamente. Yo creo que todo autor interesante es el que llega a sospechar de sí mismo. Es decir, por ejemplo un autor de ciencia ficción que sospecha que lo que hace no es tanto de ciencia ficción; o un autor que sabe que está trabajando desde una perspectiva más realista pero que incluye unas cuantas cosas raras como para aceptarlas sin más como parte del realismo. Esos detalles son lo que me interesa de un autor.
Hay un universo muy característico de estos autores que has elegido en el libro. Podríamos unir a Zambra con Piglia, a Chejfec con Marcelo Cohen, a Yuri Herrera con Sada. Y siempre se encuentra la sombra de Fogwill. Veo estilos que extrañamente se hermanan. Por ejemplo, del barroquismo de Sada a la prosa cincelada de Nicolás Cabral parecería que no hay paralelismos, y sin embargo, hay una correspondencia secreta…
Creo que sí se pueden encontrar unos ecos entre Sada y Cabral más allá de una cuestión discursiva, del tono que elige cada uno. Como bien dices, Sada llega a unos límites de exuberancia extraordinarios; era un tipo muy consciente de su dominio de la materia verbal y hasta cierto punto se podría decir que él era menos exhibicionista de lo que podríamos pensar. Él escribió un cuento entero en octosílabos que suena perfecto. Luego tenemos su grandísima novela Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, que se encuentra posiblemente entre las mejores novelas que se hayan escrito en castellano en los últimos 25 años. Si eligiéramos las cinco primeras, posiblemente 2666La novela luminosa y Porque parece mentira… serían tres de las infaltables. Es un monumento. Pero hay una cosa que va más allá de esa exuberancia verbal: Sada tenía un rigor y un respeto por la labor de la literatura, un compromiso con la excelencia literaria y hasta cierto punto con el elitismo de la literatura inquebrantable, el cual comparte plenamente con Cabral. Es una cosa muy interesante porque no es evidente de modo superficial. Cabral ha publicado hasta el momento la novela Catálogo de formas. Conviene recordar que este libro utiliza como excusa argumental la biografía de Juan O’Gorman de una manera más o menos criptica o más o menos explícita, a juicio de cada uno, y que en particular en la cubierta se ha elegido un detalle de la casa de O’Gorman de 1929. Es un texto que pretende retratar también (lo cual habla muy bien de los afectos estéticos de Nicolás) la vida de un arquitecto funcionalista que prescinde del adorno y del ornato de joven y más tarde evoluciona a un organicismo quizás naif pero muy apasionado, y por lo tanto la forma del texto aparece también con un estilo lo más llano y lo más directo posible, pero no simple. Hay un correlato, una coherencia total y absoluta en esa elección. Cualquiera que haya leído uno de los artículos de Nicolás Cabral en La Tempestad sabe que puede generar frases mucho más complejas y extensas de las que usa en la novela. Una de las cosas que él está trabajando ahora en un ensayo largo tiene que ver con eso, con el desarrollo y estudio de la frase compleja y su sentido. Entonces, yo creo que en el fondo tanto Sada como Cabral son autores que son muy conscientes de los mecanismos de la escritura y de cómo el estilo se tiene que adecuar a lo que se está contando. Hay una cita en particular de Héctor Libertella que me gusta mucho y es la de «el problema paleolítico entre el fondo y la forma». Están totalmente imbricados. Un buen texto es aquel que entiende perfectamente que la forma tiene que ser el vehículo del fondo, que ambos son un correlato el uno del otro, y al mismo tiempo la forma acaba marcando de una manera drástica e imponiendo cuál es el tipo de fondo que puede ser narrado. Sada y Cabral son autores que ejemplifican esta cuestión perfectamente: establecen un acercamiento a la escritura muy diferente en resultados, en producción, pero que parten de una posición muy semejante. Hay una sofisticación, una coherencia y un compromiso total y absoluto con el hecho literario.
Encuentro en el libro algo que me pareció muy curioso, que es la relación que tienen algunos de los autores con las imágenes y en general con otras disciplinas artísticas: una fotografía periodística ilustra la portada del libro de Sada, Verónica Gerber tiene en las artes visuales una materia prima, Fabián Casas ha trabajado en el guion de la última película de Lisandro Alonso, Nicolás Cabral es un experto del lenguaje cinematográfico, etc. Esta relación, que en tu texto sobre Silvia Molloy se hace más evidente —el título de la reseña se llama «Eternal sunshine of the spotless mind», como la película—; se trata de autores que están completamente adaptados al contacto continuo de imágenes.
Sí, totalmente. De pronto la tecnología nos ha convertido a todos en artistas polifacéticos. Uno tiene un Instagram y puede ser fotógrafo. Usar filtros y edición. Uno se puede acostumbrar a encuadrar muy bien, cómo captar el instante y cómo generar ciertos efectos. La fotografía ha cambiado mucho a causa de Instagram, eso es un hecho ya. Por otro lado, si tienes Twitter puedes ser un opinador político o social. Si tienes un blog puedes ser un literato, etc. Las posibilidades que nos está ofreciendo el presente son muy abiertas, uno puede entrar en un montón de campos. También pasa otra cosa muy interesante, que es algo de lo que yo me he preguntado mucho últimamente sobre la crítica: ¿la crítica no es siempre un género literario en tanto que se hace con palabras y utiliza como soporte el texto? Hay una cosa muy curiosa: se hace crítica de música, crítica de arquitectura, crítica de cine, crítica de arte, crítica de literatura pero son siempre textos. No se hace crítica de cine que sea cine, o una producción plástica que sea una crítica de una producción plástica. Cuando se da, normalmente la interpretación que se hace desde la crítica en soporte textual para seguir arrimando el ascua a su sardina y, de alguna manera, proteger sus fronteras y seguir siendo los que se encargan de esa evaluación, se dice que se establecen diálogos entre creadores. Si, por ejemplo, un cineasta se dedica a citar, cuestionar o plagiar a algún cineasta anterior, lo que se está produciendo según la crítica textual es un diálogo. No consideran que lo que se está haciendo es crítica, porque en teoría, la crítica se hace en revistas, en periódicos, en la academia. Es algo muy desafortunado, y hasta cierto punto interesado, ¿no? En tanto que esto pretende ser un libro de crítica, un libro ensayístico que se acerca sobre todo a producciones literarias, también lo que se pregunta es eso: en qué medida a día de hoy podemos establecer compartimentos herméticos, en qué medida hoy es imposible concebir la creación literaria desde un compartimento estanco. Es imposible entender la literatura de César Aira sin las referencias constantes a la vanguardia artística. Posiblemente, su mayor influencia como creador no sea un escritor sino Duchamp. Creo que ese tipo de cuestiones se tienen que tomar en cuenta y la crítica tiene que interesarse por ellas, trabajarlas y pensarlas.
Uno de los problemas serios de la crítica y por lo que la crítica ha sido muy vapuleada y ninguneada es por la función que hace de establecer valor. A una editorial grande, llámese Random House o Planeta con todas sus 20 mil editoriales por mencionar a las dos grandes en castellano, no le interesa que venga alguien y diga «este libro es mejor que los otros». Le interesa que una persona entre a una librería y compre todo de una manera acrítica. Lo hemos visto hace unos días: llegaba la hora del Nobel y otra vez aparecían las apuestas de quién se lo iba a llevar. Evidentemente nadie del mundo literario iba a protestar porque Murakami aparezca pertinazmente como uno de los favoritos, aunque prácticamente todos los que nos dedicamos a esto y leemos con cierta frecuencia no nos tomamos muy en serio a Murakami.
Qué mejor ejemplo que el caso de Dylan, ¿no?
Por supuesto. A día de hoy, por lo que sé, Dylan no le ha contestado el teléfono a la academia sueca. Yo en parte entiendo a este hombre. Me está gustando su actitud. Creo que en toda esta historia él es quien está siendo el más inteligente, que es decir: «Yo no he pedido el premio, me lo habéis dado y tampoco voy a correr como un perrillo faldero para aparentar agradecimiento». Lo de Dylan es una cosa particular. A raíz del fallo, han pasado unos cuantos días, pero ha habido una avalancha de opiniones, artículos y tuits sobre lo pertinente o no de darle el premio a un músico, de si Bob Dylan es literatura o no. Una cosa que me llama mucho la atención es que yo no he leído ningún tipo de protesta por parte de gente que está en la música, al contrario, he leído a otros compositores, cantautores, etc., alegrarse mucho porque le dieron el premio. Pero no he leído a nadie del mundo de la música que haya establecido un juicio crítico al respecto, un juicio negativo en concreto. En el fondo hay una cosa muy importante en todo esto que es afirmar que la música de Dylan también puede ser literatura, poesía. Y una cosa que estamos olvidando al hilo de esto: Bob Dylan no ha publicado un solo libro de versos; ha publicado una novela y un libro de memorias. Él considera que no puede separar las letras de sus canciones de su música. Yo hasta cierto punto si fuera Dylan no estaría tan cómodo de que de una manera tan categórica los de la Academia hayan dicho: «Usted es un poeta». Yo diría «Perdóneme, yo soy un músico. Es una opción tan importante como la de escritor. Yo no tengo la culpa de que ustedes no tengan un Nobel de música». Yo creo que Dylan está un poco con esa actitud de desapego e indiferencia porque está lanzando un mensaje muy interesante, que es: «Todo esto está muy bien pero tampoco hay que dar tanto salto por el premio. Yo ya tengo el reconocimiento de ser lo que soy, que es ser uno de los compositores fundamentales del siglo XX, entonces si me dan este premio está muy bien. Pero yo no soy un poeta». No es el caso de Leonard Cohen, que empezó como poeta pero se dio cuenta de que iba a ganar mucho más dinero y que tenía mucho más público si se subía a un escenario tras ir a recitales de música. Bob Dylan canta como una rata asustada, porque afirmémoslo: tiene una voz horrorosa, pero el tipo ha hecho música desde un principio, es decir, ha sido coherente al defenderse y aferrarse a una guitarra, cosa que Cohen no hizo; Cohen medio recita, canturrea poemas y demás, Dylan canta y hace canciones para ser cantadas. En toda esta historia, Dylan es el que está teniendo una lectura más inteligente de los hechos y al mismo tiempo mucho más incómoda.
Regresando a la pregunta, yo creo que es un error hoy seguir leyendo la literatura sólo desde la literatura. De hecho, creo que hasta cierto punto es una de las razones por las que mucha gente ha estado a empezar un poco harta de la literatura. Esta idea de trabajar siempre dentro de las mismas referencias.
Pero esta imagen romántica también nos ha sido legada por modelos de escritor como Kafka, ¿no? No es que Kafka sea el culpable de ello —en todo caso el modelo lo popularizó Flaubert—, pero esta idea difundida del escritor encerrado en su cuarto sin contacto con el exterior es la representación de cierta exquisitez propia del literato, del creador alejado de los otros.  
Sí, es una paradoja. Pero a veces olvidamos algo muy importante con el tema de la literatura. La literatura es un acto solitario, es un acto de deshacerse del mundo. Cuando uno se pone a leer un libro se está alejando del entorno. La literatura se hace en soledad. Me gusta mucho un ejemplo de cómo funciona esto: en su momento Michael Cimino le propuso a Raymond Carver un proyecto que era realizar una biografía de Dostoyevski. Lo que le interesaba a Cimino era la biografía más o menos agitada de ese hombre que fue ludópata, alcohólico, tuvo un montón de problemas personales y cosas por el estilo. Carver le insistía mucho a Cimino a la hora de trabajar en un hecho evidente: Dostoyevski no es famoso por eso. No es famoso por haber sido un ludópata, ni es famoso por haber llevado la vida que llevó. Es famoso porque escribió Los hermanos KaramázovCrimen y castigoEl idiota, etcétera. Eso lo hizo estando un montón de horas sentado solo escribiendo. Yo tengo que hacer un guión en donde eso se vea, que la vida del escritor es estar muchas horas solo leyendo y escribiendo. Es una cosa que se olvida en casos como el de Hemingway. Siempre se destaca que el tipo escribía parado, que iba a los sanfermines, que era un borracho, que iba a darse siempre una vuelta por La Habana para tomarse mojitos. Pero lo que no se recuerda es que de sus 24 horas de cada día se pasaba un montón de tiempo escribiendo como un obseso. Uno no escribe como escribe Hemingway de una manera automática. Incluso, Hemingway, precisamente por la relación que tuvo con Scott Fitzgerald, plantea una manera de ser escritor más centrada en editar y corregir. Fitzgerald era mucho más automático, Hemingway mucho más reflexivo. Siempre parece que lo olvidamos, nos quedamos con la idea de que Hemingway era el tipo que se iba de fiesta y que llevaba esa vida súper agitada. No, caballeros: a Hemingway lo seguimos leyendo hoy porque estaba un montón de horas delante de la máquina.
En esta vida vertiginosa en donde la información parece nunca desaparecer, lo más vanguardista que podríamos hacer entonces sería criticar esa lógica yendo en sentido contrario…
Claro. Yo lo veo por ejemplo en Nicolás Cabral. Es un tipo que lleva casi 20 años haciendo La Tempestad, que ha publicado un libro, que tiene otro preparado para ser publicado, y que está escribiendo un tercero. Es alguien que ni siquiera escribe en todos los números de la revista. Él es el director que selecciona lo que aparece y lo que no aparece, lo comenta con Óscar [Benassini] y Guillermo [Núñez]. Nicolás es un modelo de lo que hablamos: frente a una realidad en la cual parece que los escritores tuvieran que ser casi personajes públicos y estar muy preocupados por su imagen y por tener un Twitter y un Instagram —como pasa con muchos jóvenes, que están más preocupados por ver cómo se les ve que por lo que escriben—, frente a eso, optar por desaparecer es algo radical. Y necesario. El otro día estuve en una lectura de poesía en un local de Ciudad de México. Lo que vi fue gente muy preocupada por cómo recita sus versos, por su aspecto, por cómo se mueve en el escenario o por el modo en que puede ser insertado en la escena lírica local. Lo que no escuché, desde luego, fue poesía. Me gusta imaginar a alguien como Cabral pensando: «Quédese usted en su casa y escriba poesía. Esa es la única manera en que usted va a lograr ser poeta». Y tendría razón. Frente a esta sobreexposición, esta inminencia constante en la que vivimos, esta necesidad urgente de estar siempre hiperconectado, a lo mejor enclaustrarse y permanecer encerrado en la escritura, en la generación de tus producciones, es lo más vanguardista y radical que uno puede hacer.
Por eso el título de tu libro me parece muy significativo. Vivimos en un mundo de sensibilidad, de pantallas sensibles al tacto, de críticas que más bien se han vuelto palmaditas y aplausos hacia el otro. Se ha vuelto promoción. La labor de la crítica se ha mermado un poco. ¿Cómo volver a cincelar palabras y darles el sentido transgresor a éstas si ahora lo marginal, sinónimo de lo ilegal, ha adquirido el plus de vender?¿Cómo volver a darle a las palabras «vanguardia» o «marginalidad» este sentido de diferencia en un mundo que consume la etiqueta de lo «raro», lo «diferente»?
Sí, lo entiendo: en el mundo donde todo es marginal, ¿cómo ser marginal? En el mundo de lo marginal una manera de ser marginal es ignorar voluntariamente. La única vanguardia válida hoy en día (eso sí que lo tengo clarísimo) es una vanguardia que se sospecha a sí misma y que está incómoda con ella misma. La única vanguardia real que puede haber, por así decirlo, es la que no acepta ser etiquetada, pero por otro lado, quizás una manera de trabajar es recordar que «marginal» es estar en el margen, situarse en lo lateral y no querer estar en el centro, ser gente que no se convierte en un personaje, que no considera que no tenga que llevar pinta de escritor o llevarla, que tenga que comportarse de una manera determinada permanentemente buscando esa centralidad o los focos. Cuando uno se convierte en el objetivo de la cámara, uno no puede estar fotografiando; en el momento en el que uno está en el centro, uno no puede observar lo que está sucediendo.
Recuerdo una de las primeras veces que platiqué con César Aira. Me gustó mucho una aporía, una situación que él planteó. Me dijo que conoce a mucha gente, sobre todo a muchos jóvenes, que se le acercan y dicen que quieren ser escritores; pero no trata con mucha gente que quiera escribir. Es una diferencia muy importante: la gente está muy interesada en el prestigio, en lo que te convierte, por así decirlo, en esa figura más o menos reconocida que es el escritor. Pero la gente se olvida que eso se hace de una manera muy privada, muy íntima, insatisfactoria en muchos casos, que es escribir. Quizás una manera de reformular todo esto sería empezar a pensar mucho más en los verbos, en las acciones, y no tanto en los adjetivos, es decir, dejar de preocuparse tanto por las etiquetas y mucho más por las acciones. Es una cuestión mucho más propositiva y, me atrevería a decir, revolucionaria. Un ejemplo válido de lo que tiene que ser el artista de vanguardia sería Isidoro Valcárcel Medina, un artista conceptual español que ha estado toda su vida incomodando, planteando preguntas y pensando muchas de las paradojas del mercado y del mundo del arte. De repente un día le dieron un premio importante, uno institucional como lo es el Velázquez, que es un premio similar al Cervantes, que han montado para premiar a artistas plásticos. De hecho es un poco más amplio que el Cervantes, porque el Velázquez puede premiar a artistas lusófonos, cosa que el Cervantes por lógica no hace. Lo primero que dijo cuando le dieron el premio es: «Algo he debido hacer mal para que me den este premio». El premio supone una desactivación, supone un empujón hacia las instituciones, una sanción canónica de los que ostentan el poder en el mundo artístico. Él sabe, cree, que algo ha hecho mal porque su trabajo ha sido siempre esquivar ese lugar. Uno se tiene que preguntar hasta cierto punto qué ha hecho mal cuando le empiezan a llegar las felicitaciones y los galardones porque eso quiere decir que estás siendo asimilable, asumible por la doxa. Pero bueno, también puedo estar perfectamente equivocado, y todo esto no ser más que una estúpida impostura más de un crítico.

El amor después del amor: elogio del lugar común. Por Javier Martínez Ramacciotti para Bitácora de vuelo

“Al final ella muere y él se queda solo,
aunque en realidad se había quedado solo varios años antes
de la muerte de ella, de Emilia.
Pongamos que ella se llama o e llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba o se sigue llamando Julio
Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura.”
Bonsai, Alejandro Zambra 

Dos personas se conocen. Son extrañas la una a la otra, pero un equívoco les hace pensar que ya se habían visto alguna vez. Es como si desde siempre hubieran estado esperando reconocerse. El destino no existe, obvio, somos grandes, pero no importa, lo que importa es el “como sí”; en ese símil se encuentra el pasaje con el que se entra a la intimidad, siempre retraída, de las personas. Dos personas se conocen “como si” se conocieran, y recomienzan en una fiesta una charla interrumpida vaya uno a saber desde cuándo. Después, previsiblemente, comienzan a verse y salir; entonces, igualmente de esperable, construyen una relación que el relato de la nouvelle nos deja espiar en fragmentos dispersos, sin unidad narrativa que los articule en una secuencia límpida, lisa y llanamente porque no existen secuencias puras en una relación sino flashes que se alumbran a la distancia y cuya colisión de claroscuros configuran el cuadro desmenuzado que, por pereza, nominamos “una relación”. Luego, sin grandes sorpresas, no es este un relato de sobresaltos, es más bien una narración honesta, digo, luego, se separan. Las razones son tan oscuras como banales, tan extrañas como superficiales, tan enigmáticas como obvias: así como dos personas se encuentran, del mismo modo un día notan que sus cuerpos están un centímetro más alejados que antes y descubren que ese centímetro es insalvable. No hay tragedia, hay cuerpos que un día se encontraron “como si” se conocieran y luego tomaron caminos separados “como si” no lo hicieran. Listo. Fin del misterio.
Así podría resumirse lima y limón, la nouvelle de Antonio Jiménez Morato que acaba de sacar Editorial Nudista, si la literatura fuera factible de resumirse; no lo es, claro, pero tampoco fue mi intención. Quería marcar un “tono”, una “tonalidad afectiva” que privilegia la prosa de Morato y que es, a mi parecer, el mayor logro del libro: ingresar a un tópico suficientemente cristalizado- el (des)amor- sin pretender renovarlo ni subvertirlo, pero tampoco adecuándose a lo peor de sus derivas de sentimentalismos estridentes, a su tentación siempre latente de convertir los encuentros en inmensos acontecimientos excepcionales que cortan la historia del amor en dos. Lo dijimos: dos personas se encuentran, y luego dos personas siguen sus rumbos. Es el vicio más viejo del mundo, y es hermoso, pero también es común. Es, efectivamente, un lugar común. La nouvelle se detiene reflexivamente en varios fragmentos del relato para asegurarnos- asegurarse- que no quiere ornamentar, que no quiere exagerar, que no quiere hacer literatura y que percibe cuando lo que cuenta es un lugar común; y sin embargo, lo hace, pero como bien repite en varias ocasiones: lo hace honestamente. Podríamos afirmar, entonces, que la prosa de Morato no esquiva el Cliché sino que intenta habitarlo honestamente, con levedad y conciencia, hasta convertir al Cliché en un lugar común. Es así, por esa táctica entrista y el uso de un lenguaje sin culpa pero sin pretensión de protagonismo, que progresivamente vamos notando el modo por el cual un Estereotipo- los enamorados- deja de hablar por los cuerpos y se transforma en un espacio en el que esos cuerpos, de ese modo, lo comienzan a habitar, es decir, comienzan a apropiárselo en un litigio en el que ninguno elimina al otro: nunca el encuentro será tan excepcional que opaque la Lengua del Amor, pero tampoco esa Lengua será una máquina impersonal que utilice los cuerpos como marionetas. Deshacer El Amor no es negarlo, sino reinventarlo; o dicho de otro modo: es chocar al Cliché con la fuerza de un encuentro para armar con los restos de ese golpe un espacio que los contenga, colisionar con la prepotencia honesta de un encuentro al Cliché hasta transformarlo en un lugar común y habitable: deshacer el amor, sí, pero para devenir finalmente capaces de amar.
Y no otra cosa hace Morato con La Literatura sobre (des)amor, reduplicando la táctica de sus personajes en el nivel de lo simbólico. Hace ingresar a lima y limón- que, como toda escritura que vale la pena, es un encuentro- en la serie de Literatura sobre (des)amor, y en ese sentido no pretende el ostracismo de lo inclasificable; pero lo hace, adelantamos, hablando esa serie en “voz baja”, minorizándola- usando a Deleuze, ya que el propio Morato lo usa- y así volviéndola habitable, capaz de ser amable. Dos personas se encuentran y luego siguen sus caminos. Todo el resto es literatura, sí, pero ahora también la literatura es amable, capaz de amar y ser amada. Yo me encontré con lima y limón “como si” nos conociéramos, empezamos a salir, vivimos juntos, nos separamos y luego escribí sobre ello. Eso es todo. Fin del misterio.
Y todo el resto es Crítica.

Dos nota a pie de página
- así como un encuentro no es una Historia, sino una secuencia repleta de notas a pie de página- una página en blanco-, también lo es la crítica, esa inusual e incomprendida forma del amor-

1- El presente del relato es el presente de una separación. Pero su comienzo coincide con un “darse vuelta”, realizando un giro sobre la historia que se dirige al pasado de las personas involucradas, y ahí encontramos lo que podríamos llamar la primera impugnación al “privilegio del presente“; como si al desamor absoluto no le correspondiera la dignidad de una historia, como si la escritura supiera que “lo que es” carece de importancia si no es para Dos. Pero hay una segunda torsión que la escritura realiza en su “regreso al pasado”: el pasado no es la límpida secuencia que explicaría el desasosiego del presente; el pasado se emancipa de ser un índice larvario del momento presente del relato (y de su narrador), y se apropia así de una autonomía y una belleza que no cabe llamar de otro modo que no sea “una belleza amable“.
Y, de este modo, al finalizar el libro,  descubrimos que el presente de una separación y un desamor absoluto no importan, o importa tanto como cualquier cosa; que el relato nos confiesan una verdad difícil de soportar: que no hay separaciones ni desamor sino sólo encuentros que dan todo lo que pueden dar, y que luego se descomponen en búsqueda de otros encuentros. Y que todo encuentro amoroso, por el hecho de ser en el tiempo- y no poder sostenerse en el acontecimiento intemporal del arrebato-, es ya un des-encuentro; que todo abrazo convive con la lejanía; que toda historia de amor es, al mismo tiempo, una historia de des-amor.
Y que nada podemos hacer con ello, más que explorar y explotar esa aporía hasta el límite de lo soportable. Eso que, a riesgo de no decir nada, llamamos amar.

2-  Devenir capaz de amar es acceder a la potencia del amor, es decir, a la gramática de su poder. Esa gramática no es del orden del Saber- ya Spinoza nos alertó que nadie sabe lo que puede un cuerpo, menos que menos unos cuerpos puestos bajo condición del encuentro- y,  como sostiene Agamben, debe afirmar simultáneamente tanto el poder como el poder no. Amar, en su infinitivo, es acceder a una zona donde la experimentación siempre va un paso más allá de todo Saber y en la cual uno siempre ama tanto como no lo hace. Devenir capaces de amar es, por lo tanto, ser capaces de sostener un amor más acá y más allá de su “ruptura” fáctica,  un amor después del amor. Se trata de desplegar  la fidelidad a  las consecuencias de un encuentro, a la estela incorporal que generan dos masas corporales al colisionar. El amor es el éter que se mantiene flotando luego de que los cuerpos toman direcciones inconciliables. “aunque ningún amor se va del mundo sin dejar su huella” (Silvio Mattoni). O sea, sin dejar restos. Ser capaces de amar es conservar ese resto insistente, ese testimonio siempre dispuesto a volver a testimoniar, y acaso la literatura sea el lugar de esa habla insistente: dos personas se amaron y todo el resto es literatura, no diría, entonces, una separación entre experiencia (indecibilidad reacia a la representación) y lenguaje(aplastamiento simbólico de la singularidad en la equivalencia general del signo), sino la posibilidad de la literatura de ser ese lugar donde se conserva un encuentro en su dimensión de potencia, donde la fidelidad más radical continúa desplegando efectos de ese cruce, donde lo que alguna vez comenzó no deje nunca de comenzar: la literatura, entonces,  como el lugar comúnpara todos los amantes del mundo, un cielo estrellado en el que aún miramos el brillo de esos instantes en los que alcanzamos nuestra más alta potencia y fuimos capaces de amar, aunque sea poco tiempo, aunque sea por un par de páginas.
Y sí, todo el resto son nuestros días mortales, en los que el discurso amoroso sigue penando, como en la época de Barthes, de una extrema soledad.

Antonio Jiménez Morato: "La felicidad perpetua es para la gente ingenua". Por Javier Mattio para La Voz del Interior

Con pretensiones de honestidad cotidiana y reflejo generacional, Lima y limón de Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) registra la breve historia de un romance entre dos jóvenes, desde su comienzo hasta su (¿inevitable?) final. Planteada en fragmentos de un lenguaje limpio y elíptico, la nouvelle editada por Nudista busca registrar no sólo los devaneos del amor sino también de la memoria, a la vez que se inclina a favor de las relaciones (y las formas) breves. Como dice Fabián Casas en el epígrafe inicial: “Las parejas y las revistas literarias duran casi siempre dos números”.
“Lo bueno dura poco”, dice Jiménez Morato. Y amplía: “Me causa una envidia atroz ver a esos viejitos de 80 años que te dicen que llevan juntos 60 años y han sido felices todo ese tiempo. A lo mejor soy malvado, pero cuando alguien pretende convencerme de que es feliz perpetuamente pienso que esa persona es ingenua, no muy brillante. Cito a Vinicius de Moraes: 'Que (el amor) no sea inmortal puesto que es llama/ pero sea infinito mientras dure'”.
“Con Lima y limón quería transmitir el deslumbramiento que sentimos cuando nos enamoramos, pero al mismo tiempo la consciencia de que eso tiene una duración limitada, y que aun así vale la pena vivirse -sigue-. Por otro lado el amor y la muerte son los temas más fatigados en cualquier creación, es un tema trillado, cursi, cargado de lugares comunes. Buscaba escribir algo que la gente de mi generación pudiera leer como una expresión sincera del amor, no vergonzante.”
Falso documental
Jiménez Morato ha publicado libros de cuentos, novela, crítica y ensayos. Al español le gusta pensar que Lima y limón se integra a esa múltiple bibliografía como una pieza más. “Tengo una relación total con la literatura. Todo lo que sucede en Lima y limón es real, salvo que no sucedió con una única persona y en el orden contado. Se puede hablar de un falso documental donde agarro realidades y las monto de la manera que a mí me interesa. No hay muchas diferencias entre un ensayo crítico y una novela. Se trata de analizar la realidad”, advierte.
-Hay un bonsái al que la pareja del libro llama Alejandro, por Zambra. ¿Existe una afinidad generacional en lo fragmentario y minimalista?
-El bonsái Alejandro existió. Lo que pretendía era reflejar cómo funciona la memoria, que es fragmentaria, antojadiza, caprichosa, pero al final se ensambla. Por otro lado no es fortuito que surjan modos similares de narrar. Hoy abunda lo fragmentario, una especie de símbolo, síntoma o deformidad de lo contemporáneo. Lo fragmentario se impone en el día a día, en la manera en que nos relacionamos. Las maneras de narrar cambian porque la manera de vivir el mundo cambian.
-Al final no se sabe por qué la pareja se separa...
-Yo tampoco sé por qué la gente se separa. He llegado a la conclusión de que las cosas se gastan, tampoco sirve la terapia. Es como cuando tienes un sofá en casa y no sabes qué le ha pasado, no sabes si se le ha soltado un muelle o se ha quebrado una de las maderas. ¿Qué vas a hacer, rajar el tapizado y ver qué parte del armazón se ha ido a la mierda? No, empiezas a mirar otro sofá, tiras el viejo y reamueblas el salón. Suena fatal, pero es un poco así.
Presentación. La novela Lima y limón (Nudista) de Antonio Jiménez Morato se presenta en el marco del Festival Internacional de Literatura de Córdoba, este viernes a las 20 en el Museo de las Mujeres (Rivera Indarte 55). Su autor dialogará con Luciano Lamberti. Gratis.
Suplemento VOS de La Voz del Interior de Córdoba, publicado el 1 de agosto de 2014

Entrevista de Marta Caballero de El Cultural (Diario El Mundo)

Muchas veces el espacio disponible para los artículos provoca que se pierdan preguntas interesantes y respuestas pormenorizadas. Por eso cuelgo aquí la entrevista completa que realizó Marta Caballero del suplemento El Cultural de El Mundo con motivo de la publicación en España de Mezclados y agitados (DeBolsillo, Barcelona, 2012).


Marta Caballero: ¿Hasta qué punto crees que la literatura es deudora del alcohol?
Antonio Jiménez Morato: No creo que la literatura sea deudora del alcohol, si uno lee el libro comprobará que muchos textos han nacido, sí, de épicas borracheras y de estados alterados, quizás la literatura de Lowry sea el ejemplo más contundente al respecto, o la de Faulkner. La cita idónea para esta cuestión sería la de Hemingway, que tanto se recuerda al hablar de estos asuntos: Escribe borracho, corrige sobrio. La idea es que la creación necesita libertad y la embriaguez, a veces, puede ofrecer la desinhibición necesaria para que esa libertad tenga lugar. Porque la libertad es un espacio, no es un estado. Pero no me gustaría que se lea el libro como una apología del alcohol en la creación literaria en particular y artística en general. Precisamente en el libro hay autores que no beben nunca. La idea era más generar un enfoque distinto al habitual para hablar de literatura. Un punto de vista más festivo y desenfadado, donde se ponga el acento en lo que tiene la experiencia literaria de divertido y socavador frente al discurso más adocenado y solemne que solemos escuchar.

MC: ¿Qué cóctel habla mejor de qué escritor?
AJM: No entiendo muy bien esta pregunta, eso debo advertirlo de inicio. Aún así ensayaré una respuesta. La mayoría de los escritores no saben de cócteles. Suelen pedir siempre lo mismo: un whisky, un vodka, un ron, una ginebra. Y las combinaciones más comunes. Nada más alejado de esa idea de sofisticación que ofrece la coctelería que un escritor al uso, más cercano a cualquier profesional de los oficios manuales que, tras una jornada de duro y esforzado trabajo eminentemente físico se relaja con un poco de alcohol en la barra de un bar. El escritor es así en la mayoría de los casos. Lo que sucede, por otro lado, es que en el mundo literario y los encuentros que se generan a su alrededor (presentaciones, fiestas, entregas de galardones, etc.) la presencia del alcohol es constante. Pero no creo que haya un alcohol o un cóctel más adecuado que otro, o uno que calce especialmente con un autor. Además, en la variedad está el gusto, seamos promiscuos y experimentemos tantos cócteles como lecturas o escrituras...

MC: Consideras que el volumen es una fiesta y me imagino que, en cuanto a tal, te reservas el derecho de admisión. ¿Se te ha quedado mucha gente fuera? ¿Por qué, de entre toda la historia de la literatura, has elegido a estos y no a otros autores?
AJM: No, no me lo reservo. No me gusta, de hecho, la idea de fiesta al uso. Ya sabes, muchedumbres alocadas, música a todo volumen y demás. Si alguien piensa en esas macrofiestas y la relaciona con mi libro, mal negocio. No, en esta fiesta no hay aforos ni se necesita seguridad, no hay concecjales implicados por acción u omisión ni ofrece negocio alguno para los más taimados. Tampoco es la fiesta de Hemingway, esa "fiesta portátil" con la que bautizó sus memorias parisinas (que en España, como sucede en tantas ocasiones, se tradujo de modo inexplicable como "Paris era una fiesta"). No, cuando yo hablo de fiesta me refiero a una fiesta íntima, tan privada que requiere tan sólo de una persona, y es la que se produce cuando alguien abre un libro y se entrega a él. A muchos podrá parecerles una fiesta anodina, pero es porque saben poco de ella. Es por eso que las campañas de promoción de la lectura me parecen muy hipócritas, porque le quieren vender a la masa no lectora la idea de que leer es agradable y en realidad a la gente no le gusta que el que esté al lado lea, porque está en una fiesta a la que él no ha sido invitado, se aisla de lo que tiene alrededor porque está disfrutando ahí, a veces incluso formándose o transformándose -que es lo que el poder teme más, el hecho de que en estas fiestas uno se libera de verdad- y eso no gusta. La mejor campaña de promoción de la lectura sería prohibirla, porque la convertirían en una de esas macrofiestas con aforo sobrepasado a las que la gente desea ir, una macrofiesta hecha de multitud de fiestas pequeñitas. Por eso no la prohiben, la promocionan, para que a la gente no le resulte atractiva y no la practiquen. 

MC: ¿Con cuál de ellos te beberías un trago más gustosamente y por qué?
AJM: Me lo bebería con los que se han quedado fuera del volumen. Tanto los que lo han hecho porque no cabían más (o, mejor dicho, no había tiempo de introducir a más y llegar a la fecha prevista de edición, aunque ya estaban seleccionados fragmentos de su obra y quizás entren en una hipotética futura edición donde se pueda ampliar el libro: Villoro, Puig, Piglia, Castellanos Moya, Donoso, Di Benedetto, Emar, Ibargüengoitia, Levrero, Lezama, Molloy, Pauls, Chejfec, Enrigue, Luiselli y tantos más..., por fortuna con muchos de ellos comparto tragos en mi vida, así que en ese sentido no me da tanta pena), como los que solicitaron ser excluidos de la lista por no comprender bien la idea del proyecto, que no es la de hacer una nómina de escritores con problemas de alcohol (y, en este caso, como es perfectamente comprensible, me guardaré los nombres). De todos modos, por suerte, vivo en una fiesta perpetua porque me paso la mayoría del tiempo leyendo. De no ser tan parecido al título del libro de Vargas Llosa este libro se habría podido llamar muy felizmente La fiesta perpetua.

MC: Entre tanta corrección política, ¿crees que el alcohol ha perdido peso en la literatura o, al contrario, son dos elementos que van a caminar siempre de la mano?
AJM: Creo que la incorrección política es algo constante y que la relación es y será perenne en nuestro país porque la clase política no tiene educación alguna. Ni vergüenza. En España tenemos que soportar la figura de un expresidente de gobierno, el más prolífico como autor si uno le echa un vistazo al registro del ISBN, que se lanza a ejercer de escritor con unas memorias que recuerdan mucho a las declaraciones que hizo borracho sobre las leyes destinadas a regular la conducción bajo los efectos del alcohol y otras sustancias. Partiendo de ese punto, qué te voy a decir, no creo que haya mucho espacio para lo políticamente correcto. No debería haberlo, sobre todo si se trata de hablar de ciertas cosas. Ya sé que no me preguntabas por esto, pero responder así es más interesante, ¿no crees?

Entrevista realizada por correo electrónico en noviembre de 2012

Entrevista completa de Pilar Manzanares (Agencia COLPISA)

Muchas veces el espacio disponible para los artículos provoca que se pierdan preguntas interesantes y respuestas pormenorizadas. Por eso cuelgo aquí la entrevista completa que realizó Pilar Manzanares de la Agencia COLPISA con motivo de la publicación en España de Mezclados y agitados (DeBolsillo, Barcelona, 2012).


Pilar Manzanares: ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
Antonio Jiménez Morato: Bueno, la idea del libro, tal y como se ha realizado, es de María Casas, la editora, y supongo que me lo encomendó a mí porque sabía que yo podía tener una idea bastante cercana de cómo podría ser el libro. Hace muchos años yo tenía una idea de un libro cuyo título provisional era “Literatura de bar”. Era un libro mucho más deambulatorio, más diletante, mientras que este es mucho más ordenado, tiene una estructura más clara. Digamos que este libro tiene una concepción de menú, de carta de degustación, y aquel proyecto ya extinto era más cercano a la embriaguez. O sea, que han sido necesarios muchos proyectos como aquel para obtener la madurez necesaria para preparar un menú como el que ahora se ha editado.
PM: ¿Con qué autor fue con el que rompió el hielo? ¿Por qué ese autor y cual es su historia, su cóctel?
AJM: En este tipo de proyectos hay, siempre, que ofrecer una muestra. Algo que todos los departamentos de la editorial puedan valorar antes de decidir si se pisa el acelerador para poner en marcha el libro. También tenía que decidirse cómo estructurar cada uno de los capítulos del libro y darle a Aurelio Lorenzo, el ilustrador, un nombre para hacer la muestra de su trabajo. Y el primero fue, curiosamente, Mirko Lauer. No por nada en particular, sino porque estaba yo por esos días leyendo las tres novelas de Lauer, releyendo “Secretos inútiles” en la edición de Periférica y aprovechándome de la excelencia de las bibliotecas universitarias de los Estados Unidos para leer sus otras dos novelas (“Órbitas. Tertulias” y “Tapen la tumba”). Son novelas donde aparece mucho el alcohol en general y la coctelería en particular, porque sus historias ocurren en los ambientes de clase alta peruana, en una localidad imaginaria llamada Cerro Azul. Y, además, encontré la atinadísima descripción de los tipos de camarero según el modo en que roben a la clientela que incluí en el libro. Así que me dije: este es el primero, se escribió casi solo, del tirón, porque Mirko Lauer me había dado el capítulo ya escrito, yo sólo tuve que ordenarlo.

PM: De entre los cócteles del libro, ¿cuál es su favorito?
AJM: Como digo en el prólogo del libro, no tengo un único cóctel favorito. Ahora, en Nueva York, suelo pedir whisky con hielo para no jugármela, pero si sé que el barman es bueno no me lo pienso dos veces y pido un Martini, un Gimlet o algo así. En Madrid, siempre que puedo, pido gin tonics, y si sé que estoy en el Maluca, el bar de confianza que regenta mi amigo Camilo, soy más preciso y pido la ginebra Brecon con tónica Fentimans y un tallo de lemongrass cortado transversalmente en un vaso Collins que se ensanche en la boca. El propio Camilo me lo ofreció hace tiempo cuando le dije que quería probar nuevos gin tonics y desde entonces siempre pido lo mismo. Soy promiscuo hasta que doy con lo que me gusta. Entonces me convierto en un tipo fiel.

PM: ¿Con qué escritor lo comparte?
AJM: Bueno, yo comparto las copas con los amigos. A veces son escritores y otras no, pero en la barra del bar eso es lo de menos. Los escritores normales, la gente simpática y poco engreída o retirada en su locura suele hablar de las mismas cosas independientemente de su profesión. Tengo la suerte de tener muchos amigos escritores, y editores, agentes literarios, periodistas, etc… Pero me importa sólo que sean mis amigos, no lo que hacen para ganarse la vida.

PM: ¿Cómo fue la labor de investigación para este libro?
AJM: Leer mucho, durante muchos años. Encontrar las citas necesarias para el libro, aunque algunas se hayan quedado fuera por motivos de permisos (algunos los herederos y algunos agentes literarios, gente que jamás ha sabido poner una palabra detrás de la otra, son el verdadero cáncer de la literatura hoy), y luego elegir el enfoque sobre cada autor en base a mi conocimiento de su obra y el juicio más o menos formado que tengo sobre ella. Muchos se han quedado afuera, quizás en un futuro se pueda ampliar el libro y doblar el número de autores, no lo veo especialmente complicado. Simplificando diría que se trata de una labor de muchos años de leer y escribir, y de ir a bares también, claro.

PM: ¿Ha tomado copas con alguno de los escritores del libro? Si es así, ¿con quién o quiénes y cómo fue (cómo surgió, donde tomaron las copas, de qué hablaron…)?
AJM: Si no he contado mal (lo he hecho para responder a la pregunta), a día de hoy tan sólo siete de los autores recogidos en este libro están vivos. Así que está complicado haber tomado nada con algunos de ellos. De todos modos, con quién si tomé algo, unos vinos cenando en tres o cuatro ocasiones, fue con Fogwill. En Madrid y en Montevideo. Hablamos de literatura, poco, de mujeres, mucho, y de la vida. Fogwill era un tipo encantador cuando se generaba la confianza necesaria. También he visto a Tomeo con una cerveza en la mano, pero sin llevársela nunca a la boca, en una fiesta en Barcelona. Y con César Aira he compartido algunos cafés y un par de whiskys, es un tipo muy cálido y entretenido. De todos modos, a los escritores hay que leerlos, luego uno tratará o no con las personas, pero eso es secundario. No me gusta crear mitologías sobre los escritores o el mundo literario, me parecen absurdas.

PM: Sorprendente la historia del calimocho, cóctel de Fogwill. ¿Tomó alguno con él? ¿Cómo era este escritor con respecto a la bebida y esas charlas en los bares? ¿Fue él quién le contó el origen del calimocho que cuenta en su libro?
AJM: Fogwill no me habló jamás del calimocho. Y dudo mucho que él lo disfrutara. En Madrid el vino lo pidió Julián Rodríguez, su editor, pero en Montevideo siempre se encargaba él de eso. No sólo conocía perfectamente las bodegas y los tipos de uva, sino que estaba al tanto de la calidad de una cosecha u otra. Porque él era así en todo. Fogwill no podía no saber de algo si le interesaba lo más mínimo. Quizás era un resabio de sus años como sociólogo, de su labor como consultor de grandes empresas, pero él lo sabía todo, un saber enciclopédico y profundo. Porque si él se acercaba a un tema era para conocerlo a fondo, eso de “tener una idea de algo” no iba con él. Él tenía que saberlo todo. Por eso no me extrañaría que, cuando escribió “Muchacha punk”, que es de donde está sacada la cita, él mismo identificara el origen del cóctel. Porque él era así. Hay una precisión en su mirada única: un punk bebe calimocho, el calimocho tiene un determinado origen y eso aparece en su texto. No le conocí lo suficiente, es algo que me pesa, me caía muy bien y al poco de su muerte me llevé la sorpresa de que en una de las últimas entrevistas que concedió hablaba muy bien de mí como crítico. Por eso lo cité en mi blog. Es uno de los regalos que me ha dado esto de escribir, conocer a un tipo tan grande, en todos los sentidos, como Fogwill y saber que a él le gustaba mi trabajo.

PM: García Márquez nos deja con la duda de ese cóctel de ron que Graham Greene le preparaba. Pero en libro parece que has estado con él. De ser así, ¿qué roncito es el que mojó la conversación y dónde tuvo lugar esta? (Si me puede describir un poco cómo fue, perfecto).
AJM: Me halaga que al leer el libro alguien crea que he estado con García Márquez. Nunca he estado con él en persona, lo he hecho mil veces al leerle, pero nunca he charlado con él. Supongo que sería una experiencia agradable. Yo leí a García Márquez como un obseso durante muchos años, hoy ya un poco menos, pero puedo recitarte las primas frases de “Cien años de soledad”, por ejemplo. Y hay libros suyos, como “El coronel…” o “Crónica…” que me parecen imprescindibles para la literatura del siglo xx. Pero no, no se he tenido la suerte de charlar con García Márquez. Lo haría sin problema, con un café o un té incluso –creo que él no es tampoco de mucho beber, y menos ahora-, si se diera la ocasión. Mira a ver si está en tu mano hacerlo. Luego te lo cuento todo.

PM: Hemingway nunca falta a estas citas, ¿qué es para usted lo más atractivo de este escritor, modelo siempre en artículos donde se habla de la buena vida?
AJM: No sé si Hemingway es un ejemplo de “autor de la buena vida”. En París era pobre como una rata, por ejemplo. Y vivió muy bien más tarde, entre otras cosas, porque tuvo la astucia de irse a Cuba primero, y más tarde vivir en el campo, donde la vida es menos dispendiosa. De todos modos, lo que siempre me ha parecido más atractivo de Hemingway, y quizás de algún modo en ese sentido sí que me haya servido de modelo, es su enfoque de la vida literaria. En no seguirla para nada, saltarse los márgenes y hacer otra cosa, pero no seguir eso que se ha llamado “la vida literaria” que, como decía Unamuno, “o es vida, o es literaria”. Cuando era joven la gente no se explicaba cuándo escribía, porque lo veían siempre al pie del cañón, allí donde hubiera algo que ver o que vivir, pero lo hizo, muchísimo. Cualquiera que lo haya leído (porque a los escritores, repito una vez más, hay que leerlos antes de nada) habrá comprobado que no es sencillo escribir así, que eso surge del trabajo, de muchas horas frente a la máquina de escribir. Más tarde llevó una vida que es la más deseable del mundo: tener tranquilidad para escribir, para vivir con su mujer y criar a sus hijos, y disfrutar de la vida con los amigos. Eso es lo que hizo en Cuba primero y en Idaho más tarde.

PM: Tras haberse documentando tanto, ¿una borrachera de libro que recomendaría especialmente? ¿Y una novela relacionada con la bebida?
AJM: Bueno, vamos a aprovechar la visibilidad de una entrevista para reivindicar un libro un tanto olvidado: “A esmorga”, del gallego Eduardo Blanco Amor, que se tradujo por parte del propio autor como “La parranda”. Hace poco la han reeditado, así que no es complicado conseguirla. Por otro lado, aprovechando también que en breve se pondrá de moda por la adaptación que ha realizado Michel Gondry, recomendemos “La espuma de los días”, de Boris Vian, donde aparece un instrumento, inventado por el protagonista, llamado pianoctél, que genera combinados desde las piezas musicales que se tocan en él, asignando cada nota a un licor o aroma y la duración de las notas a las cantidades. Dan ganas de tener uno así en casa. Ni qué decir tiene que tanto Vian como Blanco Amor pasarán a formar parte de la nómina de “Mezclados y agitados” si puede ser reeditado.

PM: ¿Quién es ese gran bebedor al que usted admira y por qué lo admira?
AJM: No admiro a nadie, ni lo he admirado, por ser bebedor. No sé si llegaré a admirarlo. Pero quien siempre me sorprendió fue Félix Romeo. Sabía donde estaba el bar más cercano, las barras más divertidas, los mejores sitios. Era quien cerraba los bares y lo hacía en pleno dominio de sus facultades. Y al día siguiente estaba en pie el primero sin asomo de resaca. Esto lo convertiría ya en alguien único, pero es que además era capaz de hablar de libros raros, que había leído o tenía perfectamente ubicados, de libros que todo el mundo ha leído dando un enfoque original y poco frecuentado, y además ser atento y cálido en todo momento. Cuando publiqué mi primera novela él mismo me la pidió, se me acercó y me dijo si ya tenía ejemplares porque suponía que ya había salido. Nunca admiraré a alguien por bebedor, lo admiraré por su condición humana. Félix Romeo estaba muy por encima del resto. Hay otros, pero están vivos, así que no daré sus nombres para que no se sientan azorados.

PM: ¿El cóctel más curioso con el que se ha encontrado y qué escritor lo tomaba y en qué consistía?
AJM: No me he encontrado con cócteles demasiado curiosos. Sí con cócteles originales, una de las cosas más bonitas de la coctelería es que es, también, un espacio de creación. En España, donde somos muy bebedores, paradójicamente somos poco cocteleros. No me imagino una sección de coctelería en un periódico español como la de la revista dominical del New York Times, ni un museo de la coctelería como el que hay en Nueva Orleans, por ejemplo. Tengo una amiga aquí, en NYC, Nerea, que es una bartender de primera, y cuando no tiene mucho trabajo se dedica a hacer pruebas e inventar cócteles, tiene varios que en algunos casos son variaciones de combinados más frecuentes y en otros son más rompedores. Yo me he visto probándolos, muy contento de la vida. No sé si eso me califica como escritor al que le has visto tomarlos. Algunas veces comentamos que deberíamos ponernos a hacer un libro con sus recetas originales como punto de partida, un modo distinto de hacer literatura, quizás ese se termine llamando “Literatura de bar”, o, mejor todavía, “Cóctel de escrituras”, quién sabe, hay tantas cosas que pueden pasar en un bar.
Entrevista realizada por correo electrónico en noviembre de 2012

Entrevista completa de Álvaro Colomer para Yo Dona (El Mundo)

Muchas veces el espacio disponible para los artículos provoca que se pierdan preguntas interesantes y respuestas pormenorizadas. Por eso cuelgo aquí la entrevista completa, una pregunta en realidad que respondí de modo extensísimo, que realizó Álvaro Colomer para el suplemento Yo Dona del diario El Mundo con motivo de la publicación en España de Mezclados y agitados (DeBolsillo, Barcelona, 2012).

Pregunta: Salta a la vista que los escritores beben más que las escritoras -en verdad, que los hombres beben más que las mujeres-, pero ¿ha detectado alguna característica común entre las escritoras bebedoras: hacia qué tipo de bebidas se inclinan, en qué épocas beben, conciben la bebida como un elemento cotidiano, autodestructivo o lúdico, etc.?

Respuesta: Si te soy sincero, una de las cosas de las que me di cuenta cuando estaba ultimando la redacción del libro, y más cuando leí las pruebas y demás, era de la descompensación de cantidad entre autores y autoras. Apenas un diez por ciento. Nunca me ha preocupado la paridad, pero sí que es cierto que hay una descompensación ahí que es, ante todo, injusta, porque hay autores que no fueron, o son, especialmente bebedores y sí aparecen, pero las únicas cuatro mujeres sí que fueron bebedoras asiduas. O sea, es como si de un modo totalmente insconsciente, lo que no me disculpa, hubiera exigido un mayor "compromiso" con el alcoholismo para que una mujer pasara a formar parte del libro. Y eso es injusto. Pero, al msimo tiempo, me he dado cuenta de que en realidad, el mundo literario es tremendamente machista, pero de un machismo soterrado, maquillado, que hace que casi nunca evidencie esa condición. Me explicaré con un ejemplo: todos los años, cuando llegan las porras del premio Nobel, se comenta que hace mucho tiempo que no un novelista norteamericano no lo obtiene, que existe la posibilidad de que una generación con autores como Phillip Roth, Cormac McCarthy, Pynchon o DeLillo se vaya en blanco. Es increíble como, sistemáticamente, se ignora a Toni Morrison, que fue premio Nobel hace muchos años y pertenece a esa generación. ¿Por qué? Habría que hacerse esa pregunta. O por qué siempre se habla del triunvirato de grandes autores argentinos: Piglia, Aira y el fallecido Fogwill y se silencia o se obvia al triunvirato femenino, Molloy, Ludmer y Sarlo, tan relevantes como los otros, si no más, para la cultura argentina reciente. O el hecho de que, tras la muerte de Carlos Fuentes, nadie se haya planteado que la Poniatovska pudiera ser la heredera del patriarcado literario mexicano, y convertirlo en un matriarcado, y que todos estén esperando a que Villoro cumpla cinco años más, se convierta en un provecto anciano, y juvenil al mismo tiempo, porque Juan puede serlo todo, y poder así coronarle. Incluso, sin salir de España, nadie plantea la posibilidad de que Ana María Matute no sea otra cosa que una amable abuelita con una afición por el whisky que la habría hecho merecedora de comparecer en el libro, y nadie la nombre como posible matriarca de nuestras letras, sobre todo cuando el que debíera ocupar ese puesto, Juan Marsé, es alérgico a ser representante de nada. Pero, vamos, creo que nos movemos en un entorno más machista de lo que pensamos, y uno, incluso de modo inconsciente, ha servido para prolongar ese estado de cosas. Me gustaría explicitarlo y asumir mi parte de culpa.
Por otro lado, respondiendo de modo más directo a tu pregunta, te tendría que redirigir a los textos de la Duras. Ella, que tuvo serios problemas con el alcohol, es, sin duda, una voz más autorizada que la mía. Pero sí, quizás por el machismo en el que me muevo, pero que me gustaría no profesar, y que es más deudor de la imagen de la mujer que construyeron los poetas del romanticismo actualizando el amor cortés renacentista -y que es de las pocas cosas que ni el realismo, ni el simbolismo, ni las vanguardias desmontaron, al contrario, lo prolongaron hasta convertirlo en un mito común al pensamiento occidental que Hollywood se ha encargado de generalizar por todo el planeta-; lo dicho, quizás por esa perspectiva, tiendo a pensar o a entender la borrachera femenina más como una vocación autodestructiva que como algo lúdico. Pero posiblemente sea una idiotez, porque una mujer disfruta igualmente de los efectos desinhibidores del alcohol y puede también disfrutar, sencillamente de su sabor y aromas sin necesidad de hacer un uso tremendista de la bebida. La Duras es muy áspera en ese sentido, y llega a hablar del hecho de que a la sociedad le molesta una mujer alcoholizada, de algún modo la desprecia o le tiene lástima. Y la biografía de la Parker sería un ejemplo perfecto de ello. Ella seguía bebiendo una y otra vez, porque era alcohólica, sí, pero no creo que desde el inicio la bebida fuera un refugio, sino que posiblemente fue celebración. De Vicens y de su vida privada sabemos poco, y lo poco que sabemos es que vivió más como un hombre, negó muchas de sus características femeninas para triunfar en el mundo masculino y machista de la política mexicana, y en particular del PRI. De las cuatro invitadas a la fiesta que es el libro, quizás sea Djuna Barnes la que vivió la bebida, y otras sustancias, con más desenfado, aunque eso no la salvó de caer en la garras del alcoholismo, al que terminó venciendo para convertirse en un personaje tan mítico como el de su juventud, si no más.
Por otro lado, sobre el lugar común de las bebidas más dulces, o más suaves, tampoco hay mucha verdad detrás de ello. La Duras bebía vino, sobre todo, la Parker cóctels, como la Barnes, y la Vicens le dio fuerte al tequila y otros destilados. No creo que haya unas bebidas más femeninas que otras, más allá de en las bromas de la juventud cuando alguien pide un vodka con naranja -versión industrial y gruesa del destornillador- y le dicen que es una bebida de chica, o el mítico Licor 43 de nuestra juventud, que era, sencillamente, imbebible. No creo que haya unas bebidas más femeninas que otras, la verdad. Comienza uno a hacer generalizaciones y pronto aparece una mujer que las destroza. Como dice Diamela Eltit, en su país las mujeres beben mucho más que los hombres. Ella lo dice con más gracia: "En mi país las mujeres son bien borrachas".
Me gustaría que el libro tuviera éxito para poder incluir en una ampliación a Ana María Matute, a Diamela Eltit, Sylvia Molloy, Clarice Lispector, Elena Garro, a Valeria Luiselli, no sé, a muchas, muchas que se han quedado fuera porque soy un machista de mierda y no me di cuenta mientras estaba escribiendo el libro...
Entrevista realizada a través del correo electrónico en noviembre de 2012

Entrevista completa de Pilar Salas (Agencia EFE)

Muchas veces el espacio disponible para los artículos provoca que se pierdan preguntas interesantes y respuestas pormenorizadas. Por eso cuelgo aquí la entrevista completa que realizó Pilar Salas de la Agencia EFE con motivo de la publicación en España de Mezclados y agitados (DeBolsillo, Barcelona, 2012)


Pilar Salas: ¿Por qué cree que el proceso de producción literaria está tan vinculado en muchos casos al consumo de alcohol? (es cierto que pasa en muchas actividades artísticas, pero el libro va sobre escritores...) ¿Cree que las nuevas generaciones de escritores son más "modosas" al respecto?
Antonio Jiménez Morato: No creo que la creación literaria esté más relacionada con el alcohol que el resto de las labores del ser humano. O sea, no me gustaría que del libro se infiriese una relación intrínseca ni nada por el estilo. Precisamente por ello decidí incluir a autores abstemios, porque la intención del libro es más plantear un enfoque que establecer una nómina de escritores aficionados al alcohol o con problemas de alcoholemia. Creo que el alcohol, como muchas otras drogas, está presente en nuestras vidas, y uno de sus efectos puede ser potenciar la creatividad, porque desinhibe nuestras mentes y rebaja ciertas barreras mentales. Y, una vez esas defensas se han deprimido, es más sencillo realizar ciertas operaciones relacionadas con la creación. No sé cómo serán las nuevas generaciones, yo tengo 36 años y quizás esté dentro de esas nuevas generaciones por edad, pero no lo sé a ciencia cierta. Cada uno vive su vida como más o menos puede, y una de las características ciertas de los creadores desde la explosión posmoderna es recelar de generalizaciones, de la pertenencia a grupos o de enfoques que tiendan a quebrar la sacrosanta idea de singularidad e individualidad en la que nos hemos criado. Es una de las victorias del capitalismo tardío: somos todos tan singulares, únicos e individualistas que no hay manera de asociarse. Por eso somos todos iguales: meros consumidores. No sé si las nuevas generaciones son más modosas. Yo tampoco me eborracho a diario, ni siquiera semanalmente, así que no sé si eso me convierte en alguien poco creativo.

PS: ¿Con quién de los autores escogidos se iría a tomar una copa y de quién no aceptaría nunca una invitación para ello? Las dos mismas cuestiones pero con personajes de otro ámbito (cultural, político, económico...)
AJM: David Foster Wallace comentó en alguna de sus entrevistas -están en el libro que ha editado la gente de Pálido fuego- que no es una buena idea lo de conocer a los autores. Allí explicaba que uno estaba hecho a su escritura y en vivo suelen ser otro tipo diferente del que nos imaginábamos, y las más de las veces el cambio es para peor. Así que yo no recomendaría a nadie que se fuera de copas con un escritor por el hecho de que lo admire. Es mal negocio. Yo voy a menudo de copas con algunos escritores pero es por otro motivo: porque son amigos. Y entonces jamás pienso que me voy de copas con un autor, sino con mi amigo. Espero que se comprenda la diferencia. Disfruto mucho de mis encuentros, por ejemplo, con Julián Rodríguez o Yuri Herrera porque, además de reírme y pasar un buen rato, suelo aprender muchas cosas de la vida con ellos. Sé que no están en el libro, pero eso es circunstancial, quizás sea porque ellos merecerían un libro para cada uno. De los que están en el libro hay uno que no conozco y que me gustaría conocer, es Marsé, pero porque pienso que no me decepcionaría en persona, no destrozaría la imagen que tengo de él. Me pensaría mucho irme de copas con Vargas Llosa, en el caso remoto de que él me invitase. No creo que me fuera de copas con ningún político o economista, la verdad, al menos no por su profesión. 

PS: ¿Qué bebida recomienda para tomar mientras se lee su libro?
AJM: La que cada uno quiera. Mientras lo escribía tomé muchos refrescos de cola y té, que es lo que suelo beber mientras trabajo. Pero cada uno puede tomar lo que quiera, lo que le resulte placentero. A mí me gusta leer en bares o terrazas tranquilas mientras me tomo un café, un whisky con hielo o un gintónic. Así que realizaré un acto proyectivo y diré que esas son las bebidas ideales para leerlo, ¿por qué no? 

PS: ¿Ha tenido que dejar a algún escritor fuera que le hubiera gustado incorporar? En caso afirmativo, ¿por qué?
AJM: En el libro hay tan sólo 39 autores. Había un cuadragésimo autor que se quedó fuera a petición propia, ha tenido problemas con el alcohol y creo que no entendió por dónde iban los tiros del libro. Me ahorro el nombre por educación, como es obvio. Pero se han quedado muchos fuera porque había que entregar el libro en fecha y demás contingencias. Como digo en el prologo este libro es mitad de sus autores y mitad de su editora, que es quien realmente nos encargó el trabajo, por así decirlo, y eso supone una fecha de entrega. Pero se han quedado muchos fuera, muchos más de los que están dentro. Ojalá el libro vaya bien y se puedan hacer nuevas ediciones ampliando el número de autores. Ayer me dio por mirar la lista que tengo anotada de autores con sus fragmentos seleccionados y son ya como veinte, así que imagina si me pongo en serio a elaborar una lista...

PS: En la obra explica que es "bebedor social" y que rara vez bebe en casa. ¿Alguna vez ha bebido para inspirarse, o ha acompañado de una copa el proceso de escribir?
AJM: Alguna vez he bebido alcohol mientras escribía, sí, pero en muy raras ocasiones. Y jamás he llegado a la ebriedad. No soy Faulkner o Claudio Rodríguez, visto lo visto. Pero este libro se ha forjado entre copas, con conversaciones en barras de bar, donde han salido muchos nombres, muchas ideas, pero en su escritura, como tal, no ha participado el alcohol. 

PS: ¿A qué atribuye el auge de la coctelería, que vuelve a estar de moda? (Y no digamos el gin tonic, que hasta hace unos añitos los que lo bebíamos estábamos catalagados de "perros verdes")
AJM: Bueno, yo no veo ese auge por ningún lado. O sea, veo que hay una euforia por el gintónic -de la que se aprovechan los importadores de destilados, las bodegas y los bares- pero muy rara vez he visto que en esos bares donde hacen cartas de gintónics y son tan arrojados de cobrar tres o cuatro euros por una tónica determinada que te sirven camareros que no tienen ni puñetera idea de qué están haciendo alguien pida un cóctel. Sigue habiendo pocas coctelerías, con una clientela selecta y entendida, pero escasa. No veo ese auge, la verdad. Ojalá fuera así. Por otro lado creo que tiene mucho que ver con un tema de formación, tanto del bebedor como del hostelero. El cliente español es poco sofisticado y el hostelero suele ser muy poco profesional, esa es la verdad. El día en que vea las barras de los bares de NYC, por ejemplo, trasladadas a España comenzaré a cambiar de idea, pero me da que no es así. Basta un ejemplo, en la mayoría de los locales que presumen de ofrecer coctelería a sus clientes por no tener no tienen ni una mísera aceituna para un martini u otro cítrico que no sea el limón, así que... 

PS: ¿Qué cóctel recomienda para leer el periódico y no morir del disgusto (por las noticias de la crisis)?
AJM: Yo recomiendo no leer el periódico, la verdad. Una de las mejores cosas de vivir en NYC es que uno se ahorra la crispación que generan los medios de comunicación españoles, tan tendenciosos e interesados. Somos mejores que nuestros medios, y me refiero a los españoles como pueblo. Lo mejor es dejar de leer el periódico y bajar al bar y hablar con la gente, saber un poco más de su vida, de sus problemas. Recordarle al poder que no somos estadísticas, sino personas. La conversación se puede regar con lo que uno quiera: café, té, vino, cerveza, destilados... Al gusto de cada uno. Nada hace más digestivos los periódicos de hoy en día.

Entrevista realizada por correo electrónico en noviembre de 2012