"Cada palabra es un detalle." Entrevista en Koult, por Hasier Larretxea

Dicen que si Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) no está en una fiesta literaria es porque hay una mejor en otro lado. Trapecista de la palabra. Fan de Elliot Smith. Profesor de talleres literarios. Crítico. Editor. Y narrador. Acaba de publicar el libro de narrativa Lima y limón en la Colección La Gaveta (Editora Regional de Extremadura).

Lo primero que nos llama la atención es que hayas publicado la novela en la colección La Gaveta de la Editora Regional de Extremadura. ¿Cómo surgió su publicación?
No sé por qué llama la atención publicar en la ERE. La Gaveta es un marco excepcional, un lugar único donde editar un libro. Yo tengo recuerdos estupendos de varios libros de esa colección. Me parece un hogar maravilloso para mí. Vivimos en un mundo entregado a la estadística. Los medios de comunicación hablan más de cifras de ventas que de calidad, las empresas pagan por aparecer mejor ubicadas en las búsquedas de Google y los autores jóvenes se obsesionan por estar en antologías, en fotos, por convertirse en figuras visibles y reconocibles dentro de la idea que tiene la sociedad de lo que es un escritor. A mí me gusta más la idea de escribir y publicar allí donde sé que van a cuidar la edición del libro. No creo que deba preocuparme otra cosa. Y, bueno, surgió de un modo muy sencillo, me enteré de que estaban ultimando el plan editorial y le envié al editor lo que tenía escrito del libro hasta el momento junto a unas indicaciones de hacia dónde lo quería llevar. Y me dieron el sí. Fue la primera puerta que llamé y me abrieron. Un lujo.

Cuéntanos cómo has ido hilvanando la novela. Cómo ha sido su gestación.
La novela surge, por un lado, de una necesidad íntima de contar esa historia. Supongo que como todas las cosas que terminan convirtiéndose en narraciones. Y, por otro lado, de la intención de trazar una historia de amor no vergonzante. O sea, de escribir una historia de amor de hoy, sin caer en excesos sensibleros y construida con una mirada un tanto escéptica sobre el amor. Pessoa, a través de Álvaro de Campos, dijo eso de que, al final, solo los que no escribieron cartas de amor son ridículos, por muy ridículas que sean las cartas. Y, al mismo tiempo, a través de Bernardo Soares habló de la imposibilidad de trasladar un sentimiento al papel sin impostarlo, bastardearlo. Entre esas dos ideas me he movido, queriendo tantearlas y cuestionarlas.

¿La escritura de esta obra ha sido liberadora para ti?
Yo no diría liberadora, pero sí terapéutica. Creo que sucede con casi todas las novelas, una vez que uno consigue escribirlas, de algún modo es como si uno se sacase eso y puede pasar a otro asunto que está, también, dándole vueltas ahí, al lado, esperando su turno. Pero sí, de algún modo todo lo que se cuenta ahí se estaba enquistando y había que sacarlo por algún lado. De todos modos, creo que sucede así siempre, con toda la literatura, sobre todo con la buena, que está escrita desde la necesidad y no desde la planificación.

Una de las citas con las que abres Lima y limón es de Fabián Casas: “Las parejas y las revistas literarias duran casi siempre dos números”.
Son dos versos del poema "Un plástico transparente" que está en el libro El salmón. Al poco de comenzar a escribir el libro releí ese poemario, en la edición de Mansalva, y esos dos versos aparecieron como un resumen de cierto espíritu del libro, un preámbulo idóneo para la historia. Fabián Casas es un escritor estupendo. Es incomprensible que sus libros no hayan llegado a España cuando sí que se editan cosas verdaderamente insufribles, y me ciño a la literatura argentina al decir esto. De todos modos, sé que lo de que no esté editado acá es algo que, por suerte, se solucionará en breve.

¿Qué supone Lima y limón para Antonio Jiménez Morato?Supone el primer libro totalmente mío que publico. Porque yo he publicado otros libros, pero eran encargos, libros que he escrito por hacer caja. Libros dignísimos en muchos casos y de los que estoy muy orgulloso, pero no son libros que yo haya necesitado escribir. Me han regalado muchas cosas esos libros, sobre todo conocer a personas importantes para mí. Pero este es, por así decirlo, el primero que se ha terminado, que ha logrado una forma final que permite su publicación. Ahora tendré que ir dedicándole tiempo a otros que están a medias y a algunos que ni siquiera he comenzado.

La memoria levemente naïf de los momentos amorosos compartidos es el hilo conductor de la narración. Como si todo se sustentara en los detalles.
Es que la vida está llena de detalles. Te puedo decir que Nabokov siempre recomendaba a todo escritor que acariciara los divinos detalles. Y de hecho, la vida es una acumulación de detalles. Por ejemplo, cuando alguien desaparece de tu vida no echas de menos a esa persona como idea. Añoras detalles, cosas reales y tangibles. Una narración, como la vida, está hecha de detalles. Palabra a palabra. Cada palabra es un detalle, si lo piensas bien. Y bueno, se puede hacer literatura de ideas, llena de ideas, pero para convertirla en narrativa hay que anclarlas en detalles, materia, vida.

Con lo olvidadizos que somos…
No es que seamos olvidadizos. Es que el pasado se construye constantemente. No hay nada tan cambiante como el pasado. Proust es eso. Se da cuenta de que el pasado hay que construirlo y eso se hace desde el presente, y se lanza a escribir siete libros, que no llegó a poder terminar, construyendo ese pasado. La idea de que el pasado es inmutable me parece muy ingenua. El libro, en buena medida, intenta fijar la memoria. Y en esa intención descubre la imposibilidad de dicha tarea.

El olvido en ocasiones se torna recuerdo, y viceversa.
Recordar todo con total fidelidad es lo que agota y enloquece a Funes en el cuento de Borges. Lo que intenta el libro es mostrar cómo se produce esa labor de construir un pasado, de levantar la memoria. Viene a ráfagas, se agarra a detalles y, muchas veces, es inventada. El recuerdo no se analiza, no se segmenta, sencillamente se va construyendo para ser vivido de nuevo.

“Toda fiesta memorable debe terminar con momentos que es mejor no recordar”.
En realidad es una ironía, si toda fiesta es memorable es porque uno se desinhibió e hizo cosas que prefiere que no le recuerden, y, al mismo tiempo, este libro quiere revivir, reconstruir una fiesta eterna.

¿Qué hacer con los recuerdos que uno no cuenta?
Si uno escribe tiene la opción de camuflarlos en medio de una narración. Es algo mucho más habitual de lo que creemos. O puede no hacer nada, también pueden quedarse ahí y punto. Pero, en todo caso, si los recordamos es porque nos los estamos contando con cierta frecuencia. Si no, desaparecen. Nos los contamos. A veces porque necesitamos entenderlos y otras porque nos da placer hacerlo. Es como los cuentos que los niños piden repetidamente antes de dormir. Los conocen, quieren volver a ellos porque les gustan. Los recuerdos son así. Y si no se cuentan, pues nada, desaparecen. Ahora mismo vivimos en una era del registro, todo queda convenientemente registrado. Pero, al no ser analizado, revisitado, deja de existir y cae en el olvido también. Tenemos gigas y gigas de cosas que desconocemos.

¿Crees que el ser humano sería feliz si no recordara?
Creo que no. Pero no es más que una opinión enteramente subjetiva. Quizás, en otro momento, te digo que sí. Lo que sí creo es que sólo somos felices en el recuerdo. No conozco a nadie que, en medio de una celebración, o en la cama con alguien, o frente a un libro, una película, cualquier creación que le esté fascinando, diga: Ahora soy feliz. Ahora mismo. Ni qué decir tiene que no conozco a nadie tan idiota como para decir: Seremos felices en el futuro, seguro. Así que, si somos felices en el pasado, eso implica que necesitamos recordar. O, cuanto menos, construir esos recuerdos felices en nuestro presente que nos permitan sobrellevar el pasado con cierta alegría.

¿La obra es más bien cínica o escéptica respecto al amor?
El libro gira en torno al amor, pero eso no quiere decir que lo crea a pie juntillas, que no sospeche de él, que lo acepte con total ingenuidad. Si quieres, puedes ver la relación que tengo con el amor como la que tengo con la escritura y la literatura en general. Creo que uno de los problemas más serios de la literatura escrita en España de la transición hasta hoy, salvo algunas honrosas excepciones, es la ingenuidad con la que está construida, la total y absurda fe en que con contar historias es suficiente y la concepción del lenguaje como mero instrumento. No puedo leer a un autor de hoy que no sospecha de su propia herramienta de trabajo. Y no puedo amar a alguien que no sospeche del amor. Otra cosa es que quiera locamente a su pareja, pero no es lo mismo.

Haces referencia a la honestidad del autor.
Un bien que cotiza poco en la bolsa del mercado literario español. Este libro quiere ser eso que tan bien resume Iván de la Nuez en El mapa de sal: “las dos inquietudes fundamentales de la vanguardia: romper la representación y destruir la frontera entre arte y vida”. Este libro se ha escrito intentando huir de la retórica, de todo lo que suene a construido, a representación, porque supone seguir unos parámetros muy gastados, y más todavía con el tema que trata. Además, no me interesa nada la representación, en general eso en literatura es caer en una escritura pulcra, de columnista con sillón en la academia de la lengua. Y, al mismo tiempo, lo contado es totalmente real. No hay nada en él inventado, está montado, editado por así decirlo, porque no es un documento ni pretende ser leído como tal, no es una historia real, por así decirlo. En realidad ha cobrado forma desde una mirada bastante ingenua, también, pero ingenua respecto a la realidad, no a la literatura. A mí me interesa mucho de Levrero, por ejemplo, que le de completamente igual la idea de verosimilitud, tan querida al lector medio que disfruta con novelas concebidas como películas mainstream, y también le da igual que lo narrado sea real, verdadero, que tanto preocupa ahora y que ha originado una explosión de libros que incluyen, o están basado en, documentos históricos, sin poseer ningún otro valor. No, de Levrero me interesa que escribe desde la verdad. Y eso sí me interesa.

¿Tienes algún próximo trabajo a la vista?
Bueno, este ha sido un año raro, por así decirlo, entre unas cosas y otras este año he hecho tres libros, así que más allá de dar clases, que es de lo que no come, no. Terminar unos cuantos libros que están ahí, poca cosa. Leer mucho, eso seguro, que es un trabajo muy placentero pero que requiere su tiempo. De todos modos, yo no trabajo mucho, como todo el que me conoce sabe.

Para finalizar, ¿nos podrías recomendar algún libro para esta rentrée del otoño?
Más que bueno, porque es atrevido e inteligente, es Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky. Cuando lo leí en la edición argentina de Beatriz Viterbo, una editorial espléndida, ya me fascinó. Pero ahora, releyéndolo en la española de Periférica, he redoblado mi fanatismo. Como esto se lee en todo el mundo, aprovecho para recordar que en México lo editará Tumbona. Es excepcional. A medida que pasan los años se revela como un texto más acertado, no tan apegado al contexto en que se escribió, sino como un texto muy intuitivo sobre los vaivenes de la literatura mundial y, en particular, la que se escribe en castellano. Brillantísimo.
Entrevista subida a la revista digital Koult el 18 de octubre de 2010
Fotografía de Daniel Mordzinski