Reseña en Babelia, por Fernando Castanedo

NARRATIVA. "Bendito sea el año, el mes, el día,/ el tiempo, la estación, la hora, el instante, / el rincón y el lugar en donde ante/ sus ojos fue prendida el alma mía", decía Petrarca en un soneto. De aplicarse a esta primera novela breve de Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976), las bendiciones serían para una noche madrileña en la terraza de una casa, mientras alrededor de una joven con muletas y del narrador bullen la música y los invitados a una fiesta. La historia de amor que nos cuenta una voz masculina sin nombre -tampoco lo tiene su amada- posee esa cualidad esencial que se le presupone a cualquier historia de amor que se precie: la de conmover. Venus es así. No necesita nombres para encandilar a los lectores, o le basta con mencionar el del perro de la donna -llamado Nacho- para que el anonimato de las personas se transforme en un indicio lleno de significado, porque nos recuerda el peso del amor por encima de detalles anecdóticos. El narrador aquí podría llamarse Romeo, Eneas o Píramo, y su amada Julieta, Dido o Tisbe; los dos son Nadie. Como en cualquier discurso amoroso también en este hay contratiempos, y quizás sea esta la parte más desconcertante de un relato en donde las razones del desamor, de tan sutiles, se adentran en el territorio de los difuso. En todo caso, Jiménez Morato ha acertado con el tema y ha manejado sus recursos con brillante destreza. Ahí está la narración de los hechos por parte de una voz modesta y amable que a medida que recuerda va saltando en el tiempo con constantes anticipaciones y retrospecciones, haciendo fácil y sencillo lo difícil y complejo; y ahí está también la feliz descripción de ese microuniverso de gentil autosuficiencia que una a dos personas enamoradas.
Reseña aparecida en Babelia, suplemento cultural del diario El País el 8 de octubre de 2011