El optimismo como respuesta, por Urbano Pérez Sánchez

Se cumplen quince años de la puesta en marcha de una de las iniciativas culturales que mayor calado ha tenido entre la población extremeña. Me estoy refiriendo a los Talleres de la poesía y el relato, que desde 1997 se han estado desarrollando en diferentes municipios de la región.
Esta red fue puesta en marcha gracias al trabajo en equipo llevado a cabo por la Asociación Regional de Universidades Populares de Extremadura (AUPEX) y la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX), bajo el patrocinio de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura.
En una comunidad con un territorio extenso y un modelo de organización basado en pequeños municipios rurales, la idea de generar una red, un tejido cultural uniforme, significaba un reto importante, a la vez que una apuesta justa. Observando el cuadro de las localidades participantes en la web de AUPEX, se aprecia cómo las Universidades Populares de una serie de localidades se fueron incorporando progresivamente a esa trama, cada vez más sólida. Así, de tres localidades que participaron en 1997, se pasó al doble en sólo un año y en el 2000 ―es decir, dos años después―, eran once los municipios en los que se realizaban estos talleres.
Como consecuencia de los ajustes llevados a cabo desde la administración y de la situación de algunos ayuntamientos, el programa en el presente curso se ha visto mermado considerablemente. Afortunadamente, se han podido llevar a cabo tres talleres presenciales (en Navalmoral de la Mata, Plasencia y Jaraíz de la Vera), y uno virtual, dividido en dos niveles: iniciación y avanzado.
Marta del Pozo, directora del área de promoción y difusión cultural de AUPEX, nos comenta que se están barajando algunas posibilidades que permitirían remontar esta situación en 2012: «nuestra intención es continuar, recuperar, relanzar y hacer resurgir los talleres». Y continúa: «Todos los que integramos este proyecto estamos convencidos de que una vez que se enciende la llama es muy difícil apagarla, porque la necesidad de crear y de adentrarnos en otros mundos va en nuestra naturaleza; otra cosa es que pongamos medios para favorecer su crecimiento, por lo que seguiremos apostando».
Ciertas casualidades en torno a la literatura y a las vidas de los que escriben me producen una alegría semejante al optimismo que se desprendía de las palabras de Marta.
Nuestros entrevistados conocen bien la dinámica del Taller Virtual: uno como alumno, el otro como tutor. Ambos publicaron libro en 2010, dentro de la colección de narrativa La Gaveta de la Editora Regional de Extremadura. Este hecho me ha dado pie a preguntarles por el trabajo en común, el aprendizaje de la escritura, las bitácoras de escritores ―ambos tienen una propia―, su relación con esta comunidad… Soy consciente de que la suma de sus perfiles no muestra la gran diversidad de los agentes implicados en esta actividad. Son sólo dos de los incontables hilos de esa trama a la que me refería al principio.

Conversación con Manuel Abacá
Leyendo el libro "La mesa puesta" de Manuel Abacá (Madrid, 1970) uno se da cuenta de dos cosas: aprovechó muy bien el tiempo en los talleres y además trabajó duro por su cuenta. Jesús Ortega, en su blog "El clavo en la pared", dijo de él: «Se me ocurre que el Abacá de carne y hueso tal vez sea de esos escritores que han (que hemos) crecido en entornos donde no había una nutrida biblioteca familiar, ni cultura burguesa, ni dinero para adquirirla». Para entender a qué se refiere hay que haber leído el libro. Ya saben.

―¿Qué aprendiste de Antonio?
Aprendí a no ser conformista cuando me ponía a escribir, a no repetir mil veces lo ya escrito y a no forzar la retórica.

―¿Qué aprendió de ti?
¿Que había personas que necesitaban su impulso para decidirse a trastear con sus propias palabras?

―Virtudes del buen maestro.
Me gusta particularmente aquel que consigue crear un «ambiente» para que el alumno, si lo tiene, encuentre su talento y también la fuerza que afiance ese talento. El talento es frágil y lo llevas en las manos. Si no lo sujetas lo suficiente puede acabar hecho trozos. Tan importante es descubrir el talento como enseñar a cuidarlo.

―¿Cómo trabajabas en el Taller Virtual? ¿Asistes o has asistido a otros talleres?
Fueron tres años. El último de ellos, ese durante el que debías darle forma a tu primer libro, fue el más libre. El segundo me hizo dudar de mis posibilidades. El inicial, lo pasé leyendo. Había programadas muchas lecturas semanales y procuraba leer todos los libros. Algunos no los encontré en su momento y lo hice más tarde. Buscar y atreverse con libros «raros» fue uno de los aprendizajes de más provecho en el Taller. Asistí a otros talleres que estaban muy enfocados al relato y no tenían fecha de caducidad ni la lectura como pilar tan importante. No tuve en ellos la sensación que me llevó en la AUPEX a pensar «esto se acaba y tengo que aprovecharlo». Tampoco esos tiempos muertos entre invierno y otoño que te servían para cuestionar lo que creías dominado.

―Imagina que le recomiendas a un amigo "Lima y Limón".
No lo imagino, lo recuerdo.Usé una frase que Lobo Antunes aplicó a una novela de Marsé para recomendarlo. Decía que los buenos libros te tiran a la lona y le estamos agradecidos por ello. Al principio, la novela de Morato parece mostrar un sabor suave que se hace más intenso según avanzas. Cuando lo terminas te das cuenta de que ese aparente sabor donde mejor lo percibes no es en el paladar, sino en tu vientre, te das cuenta de que no se trataba de otro sabor que el del anuncio de varios golpes que te cogieron desprevenido.

―¿Qué estás leyendo?
Compro los libros por meses. Y me encuentro con varios abiertos a la vez que voy acabando individualmente. Ahora mismo leo un libro de relatos de Eider Rodríguez que se titula "Un montón de gatos"; otro de Bukowski: "Ausencia del héroe"; la novela "Canción de tumba", de Julián Herbert; el reportaje futbolístico-literario "Messi", de Leonardo Faccio. Por último, un libro de Historia: "España, un enigma histórico", de Claudio Sánchez Albornoz, que lleva algo más de tiempo haciéndome compañía.

―Blogs o webs sobre literatura que te gusten.
Actualmente no soy muy seguidor de ellos. Miro los que me interesan, por saber qué están leyendo sus autores. Más que webs, hay autores o críticos que me interesan, modos de leer que me interesan. Me da igual el medio en que se expresen. De hecho, lo hacen en varios. Pero soy fiel a Vivir del cuento, inútil-imprescindible, El Blog de Julián Rodríguez, El síndrome Chéjov, El clavo en la pared, Aviones desplumados, La luz tenue, Yo etc, Iván de la Nuez y el blog de José Manuel Navia, que mezcla en ocasiones literatura y fotografía y otras muestra solo fotografía.

―Tus hábitos de escritura (dónde, cuándo, de qué manera).
El único hábito que tengo al “escribir” es hacerlo muy temprano, de madrugada. Es el momento del día en el que me encuentro más fresco y el único que me permite mi trabajo, mi familia y mi conciencia.
Por lo demás, en cualquier instante se me ocurre un fragmento de apenas unas líneas. Fragmentos que normalmente tienen que ver conmigo, no soy muy partidario de “inventar”. Apunto esas palabras en el trozo de papel que tengo a mano: un ticket de lavado de mi coche, un recorte que encuentro en el suelo, el sobre de azúcar que acabo de verter en un café… A continuación los guardo en un bolsillo del vaquero o en la guantera del coche. De madrugada, los ensamblo, amplío y doy forma. No es un método a seguir ni, seguramente, la mejor manera de dedicarse a la escritura, pero así es como puedo funcionar.

―¿Te interesa la novela? ¿Has pensado en escribir una?
Sí, claro. Estoy ocupado escribiendo la primera, transformando una jarapa de papeles en eso que se llama una novela.

―“Supongo que sólo ordenando las cosas, entiendo cómo se desordenan” ¿resume esta cita tu libro?
Resume, sin pretenderlo, cómo me enfrento al conocimiento de cualquier materia. Todos nosotros, yo mismo, somos materia de conocimiento, una materia cercana que posiblemente no admite bien las prisas. Como he dicho antes, colecciono fragmentos que para mí son o han sido significativos y desecho los que no lo son ni lo fueron nunca. Considero ese orden como una de las mejores herramientas de la ficción que busco, y como un sistema que me permite unir lo que se presenta aparentemente roto, el medio para más tarde, entre otras cosas, poder plasmar más claro lo que no pude ser y quise haber sido, lo que no quise ser y no me quedó más remedio que aceptar.

―¿Se te ocurre una para el libro de Antonio Jiménez Morato?
Esta frase me gustó mucho y la tengo subrayada: “Con ella aprendí la diferencia entre no recordar algo y haberlo olvidado.”

―¿Le pega la figura con gorra de gendarme de la portada a Antonio?
A primera vista pasa por contradictoria. Pero es la portada de una historia de amor y desamor. Así que posiblemente el mismo chaval que vende inofensivos refrescos de día sea el hombre que vigile que se cumpla la Ley Seca cuando llegue la noche.

―¿Por qué te gusta la colección La Gaveta de la ERE?
Aparte de porque es la colección donde está editada "La mesa puesta", se me ocurren dos razones. Por el diseño, es decir, por el tipo papel, el reducido formato y las portadas de todos los libros de la colección. La segunda razón es la calidad literaria que se le supone.

―¿Firmarías otros libros de esa colección? ¿Cuáles? ¿Por qué?
Preferiría que sus verdaderos autores me firmaran los libros que, como "Lima y Limón", he disfrutado leyendo. Libros como "Mujeres, manzanas" de Julián Rodríguez, "Capricho Extremeño" de Trapiello, "¿Pero existe el Caballo de Mestanza?" de Javier Pascual, "Fuegos" de Liborio Barrera, "Lo que piensan los perros" de Anatxu Zabalbeascoa, "Nosotros los solitarios" de Javier Rodríguez Marcos, "Relatos relámpago", "Gaveta de gavetas". Claro, no he leído todos. Algunos, como "Te me moriste" de Peixoto o "Flaco Landuchi" de Cerebro (Manuel Vicente) González, tienen una lectura pendiente por mi parte.

―¿Qué lazos te unen a Extremadura?
Todo tiene un origen familiar. Mis padres nacieron en Montijo y todavía hoy puedo decir que he pasado allí más veranos que en ningún otro lugar. Casualmente, los abuelos maternos de mis hijos son de Cabeza del Buey. Por estas razones en mi casa siempre suele haber productos extremeños -aceite, vino, queso, pimentón, tomate en conserva casera- y voces familiares con jotas aspiradas. Además, desde hace casi un año vivo en Extremadura. Paso los días de diario aquí, trabajando en la construcción de una planta termosolar, durmiendo en la casa de mis padres, atravesando los campos cultivados, los Pueblos de Colonización y las dehesas que quedan al borde de las carreteras que más frecuento. Con Extremadura siempre tuve, tengo y tendré lazos y uniones. Y, junto a ellos, intersecciones.


Conversación con Antonio Jiménez Morato
Tras la conversación con Manuel Abacá nos acercamos a Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976), que es tutor del nivel avanzado On-line y, por lo que tengo entendido, hace muy bien su trabajo. Pero quienes lo conozcan estarán de acuerdo conmigo en que su rendimiento, cara a cara, es todavía más elevado: por su vitalidad y por la amplitud de su caudal de lecturas. Desborda a cualquiera.
"Lima y limón" no es su primer libro ―ha escrito libros que han firmado otros―, pero es el primero que siente como propio. ¿Cómo no acercarse a un libro de Morato firmado por Morato?

―¿Qué aprendiste de Manuel?
De todos los alumnos se aprende. Suena a tópico pero es cierto. Incluso el alumno mediocre y problemático te obliga a replantearte cómo has enfocado el acto de enseñar y tu nivel de compromiso con la docencia. De todos modos de Manuel aprendí, sobre todo, el compromiso con la literatura. Posiblemente Manuel no sea nunca un escritor profesional, ni falta que le hace, ya tiene un trabajo que hace muy bien y que le permite vivir, pero la relación que mantiene con la literatura es insobornable. Y eso se aprecia en sus cuentos, en el enfoque de la creación que tiene, en su nivel de exigencia para consigo mismo, pero también en la generosidad y rigor con la que participaba en el taller, tanto respondiendo a mis comentarios como en la lectura de los textos de los compañeros. Los alumnos que compartieron grupo con él estaban, como yo, encantados de su presencia. Es el tipo de alumno que enaltece un taller. Y te obliga a ser consciente de que no es un mero pasatiempo, que tu deber no es sólo el de distraerles, sino el de facilitar su aprendizaje.

―¿Qué aprendió de ti?
Siempre que se me pregunta para qué sirve un taller o si la escritura puede enseñarse respondo lo mismo: a escribir se aprende. Si un alumno no tiene la más mínima intención de aprender da igual lo que yo haga. Eso lo tengo claro. Pero, al mismo tiempo, creo que en un taller todo el mundo puede aprender la importancia de la literatura, sobre todo aprender a leer. En la medida en que ese aprendizaje como lectores se aplique en sus propios textos podrán mejorar como escritores. No es, desde luego, un camino fácil. Creo que eso, en mayor o menor medida, se lo transmito a todos los alumnos. Pero en el caso de Manuel hay un detalle muy singular. Antes he mencionado su compromiso con la literatura, y eso le lleva, muy a menudo, a ser solemne. La solemnidad es una virtud sobrevalorada. Y en lo tocante a la literatura es terrible, casi un defecto. Hay autores muy interesantes, con un dominio de su oficio envidiable, que son tediosos precisamente por su solemnidad. Algunos, que es lo más terrible, se creen divertidos, y cuando uno les pregunta por el tema o surge el asunto hablan de su obra de tal modo, en unos términos, que uno piensa que deben ser idiotas, porque sólo un idiota ―alguien alejado de la sociedad, conviene no olvidar su significado― piensa que la solemnidad es graciosa. Manuel no tenía ese defecto, porque es un tipo muy sobrio y estricto, y no va a hacerse pasar por lo que no es. Pero sí que es verdad que estaba cayendo en una relación muy problemática con la escritura, con sus textos. Había demasiado respeto por la palabra publicada y eso le hacía ver sus textos de modo equivocado. Usaré una metáfora para que se entienda mucho mejor: es como cuando, en la adolescencia, tiene uno una novia maravillosa, simpática, preciosa, divertida. Y por eso la mitifica y no la disfruta en todos sus aspectos. Esa idiotez tan anacrónica de que a la novia se la respeta y para hacer ciertas cosas se va uno de putas, cuando al hacerlo se olvida algo muy importante: que la novia es un ser deseante y quiere, entre otras cosas, vivir todas esas cosas con su novio. A Manuel le estaba pasando un poco eso, no terminaba de ver que sus textos estaban ya maduros y que merecían ser publicados, pensaba que la Literatura, así, con mayúsculas, se merecía más. Creo que tan sólo hubo que empujarle, como se hace para que la gente salte en paracaídas. Pero él ya sabía volar, sólo hubo que empujarle.

―Virtudes del buen alumno.
El buen alumno debe querer aprender. Con eso basta. Aprender significa, por otro lado, escuchar, esforzarse, olvidar prejuicios y entender que el profesor, el buen profesor, no quiere hacer otra cosa que enseñar. Ojo, el buen alumno no es el que da la razón al profesor, pero tampoco es el que va a jugar a la contra porque piensa que eso es ser rebelde.

―¿Cómo concibes tus talleres? (puedes hablar en general o sólo del Virtual)
Para mí ambos talleres son bastante iguales, o intento que lo sean. Por un lado es fundamental escribir, si uno no va a escribir no pinta nada en un taller, y eso es algo que mucha gente no entiende. También es fundamental leer, hay gente que pretende escribir sin haber leído y sin leer. En este caso voy a mojarme sin remedio: son imbéciles. Hay mucho imbécil que se apunta a talleres, es la triste realidad. Pero, sobre todo, cuando uno ya se lanza a llevar el taller –lleno de alumnos y de imbéciles, es lo que hay- la primera labor es de desaprender, de destruir muchos conceptos que la enseñanza básica y secundaria ha esculpido en la mente del ciudadano medio. La idea de lo que es literatura y no lo es, aquellos textos que tienden a considerarse literarios y los que no, la función de la retórica y el lugar del autor respecto a su texto. Son cosas muy importantes. Mucha gente pasa por un taller y no ha comprendido, ni siquiera ha pensado en ese tipo de cuestiones. Pero, como dije antes, el alumno debe querer aprender, muchos olvidan eso. Al principio me molestaba, hoy me da igual, y sencillamente uno se relaciona con ello. Lo importante es que los que sí quieren aprender, lo hagan. Lo otro va dando igual a medida que avanza el taller.

―Imagina que le recomiendas a un amigo "La mesa puesta".
Lo he hecho. Hice una reseña del libro en mi blog en su momento. Y me ratifico en todo lo que dije allí. Creo que es un libro con dos virtudes sobresalientes: por un lado la sinceridad del texto, el grado de implicación del autor con sus materiales y la fidelidad de los resultados obtenidos a lo planeado –aunque seguramente en la mente de Manuel, como debe ser, esos planes eran más ambiciosos-, por otro lado la intensidad del tema de fondo, del escenario, por así decirlo, en lo tocante al desclasamiento de los personajes, que puede ser el mismo si se lee como una novela o serie de relatos hilvanados, ya que en todos ellos hay esa fractura entre su origen y su estatus actual. Esa faceta política del libro me encanta.

―¿Qué estás leyendo?
Uy, muchas cosas. Por un lado cosas como Gordon Lish, Nabokov, Deborah Eisenberg o William Gaddis en inglés, que es toda una experiencia, es un reaprender a autores que uno leyó traducidos. Por otro lado estoy releyendo a Puig, a Sarduy, a Aira, redescubriendo a Martín Adán o a Juan Emar, a Reinaldo Arenas, a Virgilio Piñera. Incluso leyendo en portugués a Joao Gilberto Noll o a Sergio Sant’Anna. Muchas cosas, de hecho. Me paso el día leyendo. Lo último que he leído, por ejemplo, es la última novela de Sergio Chejfec, que saldrá en marzo en Argentina y no tiene aún fecha cerrada en España.

―Blogs o webs sobre literatura que te gusten.
Aunque suene mal, la verdad es que no leo casi blogs ni webs sobre literatura. Puede parecer impostura, pero es verdad. Y la mayoría de las veces, cuando les echo un ojo, me cabreo mucho, les veo el plumero a los autores de los textos, por dónde quieren ir, a quién le están haciendo la pelota y demás. Así que me cabreo mucho. A veces es peor y pienso directamente que son idiotas y que si yo llevara el medio les escribiría un mail explicándoles por qué no merecen hacer públicos unos textos que dejan traslucir un desconocimiento total y absoluto de la materia. O sea, que sería un editor un poco fascista, me temo. Así que, para no hacerme mala sangre, me los ahorro. Por otro lado, hay amigos que tienen sus blog, pero muchas veces uno intuye que tampoco es lo más importante de sus vidas, y eso se nota en las entradas. Hay, eso sí, uno que me gusta casi siempre, por no decir siempre, porque está hecho por una persona con un criterio ponderado y con mucha inteligencia: el blog de Martín López-Vega.

―Tus hábitos de escritura (dónde, cuándo, de qué manera).
Mi hábito es la falta de hábito. Soy un poco caótico, por eso me gusta lo de vivir en una ciudad donde casi no tengo amigos, hacer muchas de las cosas que me gustan es caro y al final quedarse en casa frente al ordenador es una excusa inmejorable para trabajar. Además, lo hago a ráfagas, sin mucha rutina. Así que escribo en casa, echándole muchas horas –porque entre medias me ducho, limpio un poco la casa, cocino, me distraigo- y cuando no hay algo mejor que hacer. Lo dicho, bastante caótico.

―¿Te interesa el relato? ¿Has pensado en reunir varios en un libro?
Me interesa mucho, obvio. Muchos de mis libros favoritos son de relatos y los he escrito. Lo que sucede con los libros de relatos es que son, casi siempre, un poco como los discos pop: dos o tres singles y canciones de relleno para hacer un álbum. Lo raro es leer un libro donde todos los cuentos estén a buen nivel, donde se vea que cumplen una función determinada y que funcionen como libro. Tengo algunos cuentos por ahí, sí, siempre susceptibles de ser mejorados, y no sé si antes o después los reuniré o veré que hago con ellos. Me gustaría ponerles un título del tipo: "Relatos dispersos", por jugar con el habitual adjetivo de "Reunidos", y por acentuar el hecho de que, desde luego, no sé si formarían un libro con un sentido unitario o serían, en el sentido estricto de la palabra, una recopilación.

―“Esto es amor, quien lo probó lo sabe” ¿resume esta cita tu libro?
Posiblemente sí. Lope de Vega era mejor que yo, por eso yo he necesitado setenta y pico páginas para decir lo que él contó en un soneto. De todos modos, creo que un libro es, siempre, difícil de resumir, porque no es sólo el argumento, es sobre todo la lectura que se hace del mismo. Esa lectura puede ser tan variada y personal, que me parece muy complejo resumir un libro así, sin más.

―¿Se te ocurre una para el libro de Manuel Abacá?
No tengo conmigo el libro de Manuel. Yo estoy en Jersey y el libro está en Madrid. Pero voy a citar a Ribeyro, porque Manuel lo citó una vez en su blog: “Han tenido las mismas experiencias, leído los mismos libros, sufrido casi las mismas desventuras, incurrido en los mismos errores. Pero serán ellos quienes escribirán los libros que yo no pude escribir.”

―¿Le pegan los cactus de la portada a Manuel?
Cuando se piensa en cactus se piensa en espinas, cuando en realidad son hojas, hojas mínimas para que la planta no pierda casi agua por la evaporación en las temperaturas extremas de los lugares donde se dan los cactus. Manuel es sobrio, y su literatura es austera y económica como los cactus. Le van bien, pero no por espinosos, sino por la adaptación al medio.

―¿Por qué te gusta la colección La Gaveta de la ERE?
En primer lugar porque son libros preciosos y están muy bien hechos, eso lo ve cualquiera con un mínimo sentido estético. Por otro lado porque a lo largo de la historia de la Editora, sus editores se han encargado de que esa colección fuera la más refulgente del catálogo. Quizás ha sido casual, no lo sé, pero los libros de Julián Rodríguez, de Javier Rodríguez Marcos –una novela corta genial que debería ser reivindicada más a menudo-, los ensayos de Javier Cercas o de José Luis García Martín, la metanovela de Javier Pascual, los cuentos de Liborio Barrera o esa muestra de la apropiación y el collage –ahora que se han puesto tan de moda- que llevaron a cabo Miguel Ángel Lama, Fernando Tomás Pérez y Julián Rodríguez sobre los diarios de Andrés Trapiello, toda esa nómina –y me dejo cosas muy interesantes, seguro, porque la memoria es frágil- hablan de una colección de mucho nivel. No ya para una editorial institucional, sino para una editorial en general. La Gaveta, y la ERE en general, es una apuesta que no debe ser desatendida por la administración, sea de la orientación política que sea, ni traicionada por los encargados de dirigirla, que deben estar a la altura del prestigio conseguido y la labor realizada.

―¿Firmarías otros libros de esa colección? ¿Cuáles? ¿Por qué?
Creo que esta te la ha respondido en la anterior.

―¿Qué lazos te unen a Extremadura?
Bueno, en primer lugar el hecho de que toda mi familia materna es Extremeña. La familia está repartida entre Valencia de Alcántara y San Vicente de Alcántara, y luego los que emigraron, sobre todo a Madrid, donde nací yo, y creo a pocos sitios más. No sé si hay alguien en Cambrils, una hija del hermano de mi abuelo, creo, pero no la conozco.
Pero, más allá de esta cuestión genética y accidental, por así decirlo, me unen los veranos pasados en la infancia. Tanto en la finca donde mi tío Manuel, el hermano de mi abuelo, y su mujer trabajaban de guardeses, precisamente en medio de los dos pueblos de donde procede mi familia, junto a un canchal y un dolmen, como en Valencia, en la casa que ocupó mi tía Quica, la esposa de Manuel, vivió cuando enviudó, en la calle Fernando Fragoso, o la de la calle Santiago, junto a la iglesia de Rocamador, donde se casó la infanta Isabel con Manuel I de Portugal –que es el que le da nombre al gótico manuelino en la cultura lusa-, donde pasé otro verano. Atesoro esos momentos, como me sucede con las visitas al otro lado de la frontera: a Castelo de Vide, a Marvao, a Portalegre. Allí comenzó un amor por la cultura lusófona que aún perdura, en esos baños en la piscina natural de Portagem. Todo eso está en mi infancia, grabado a fuego.
Quizás por eso, siempre que he ido me siento como en casa. En Trujillo, en Cáceres, en Badajoz, o en Hervás, donde tomó impulso un borrador que acababa de comenzar en unas vacaciones con Julián Rodríguez, y quedó bautizado como "Lima y limón". Al día siguiente del bautizo te conocí a ti, Urbano, si mal no recuerdo. Extremadura me ha dado mucho.