Hablando de licores y escritores, se fueron cons..., por Sergio González

Siempre se ha sabido que los artistas gustan de ciertas sustancias, muchas de ellas no muy legales que digamos. Basta abrir una página de un periódico, navegar un poquito por Internet y ya nos enteramos de qué anda fumando fulana, o ingiriendo mengano. Es más, ser parte de la farándula, es decir, del arte popular de estos tiempos modernos, pasa a ser símbolo, en la mente de algunos… ¿muchos?... de consumidores inveterados y que, fundamental, empinan el codo mucho más allá de la cabeza y la razón.
Pero, ¿qué pasa con los artistas “serios”, específicamente escritores cargados de premios, reconocidos y amados por críticos y lectores… esos que dictan conferencias en universidades y la gente va a oírlos disertar sobre la alquimia de la pitajaya?
Porque ya es conocido que algunos fueron poco comedidos al respecto de la ingestión, como los poetas malditos, la afición de la mayoría de ellos a ponerse sabrosos con el legendario absenta, que según los llevaba al fondo de su subconsciente y les hacía brotar la magia de la poesía que los caracterizó. O que sir Artur Conan Doyle le entraba a la cocaína para idear las “elementales” deducciones de su Sherlock Holmes; que Burroughs le daba durísimo a la heroína, o que Edgar Allan Poe le daba a todo principalmente al whisky de cualquier categoría.
Sin embargo, parece que en esa pequeña lista anterior no están todos los que son… en realidad hay muchos más, al menos en cuanto a alcohol se refiere.
Es el trabajo que se toma el escritor español Antonio Jiménez Morato en su libro Mezclados y agitados, donde nos ubica de frente a varios escritores y a sus bebidas favoritas, sin ahondar, por supuesto, en cantidades. 39 son los nombres de las letras que se leen entre las páginas de los “mezclados”, empezando por nombres como los de Bukowski, Capote y un Dostoievki qué al alcohol, sumaba su pasión por el juego.
La obra es un compendio de plumas, buenas y malas, con gustos que van desde los más “plebeyos”, diría un aristócrata del alcohol, hasta los más refinados. Hombres y mujeres, más o menos clásicos de las letras, se deslizan una página tras la otra mostrando gustos y preferencias, incorporando nombres como los de Bolaños, Pessoa o Dorothy Parker, acompañando siempre a cada “pluma” con su coctel, trago o bebida favorita.
Así nos enteramos que Gabriel García Márquez degusta una bebida cuya receta nunca ha revelado, que según personas cercanas al escritor, al parecer cuando anda de garganta alegre, huele a algo parecido a guayabas podridas. Que Luis Buñuel amaba los Martinis al extremo de ingerir alrededor de cinco cada día, seguramente para llegar al “fondo de las ideas”. Y la lista se alarga.
Con 255 páginas hay espacio para enterarnos que Tommas Mann, el inefable creador de La montaña mágica, gustaba del Bellini o que Mario Vargas Llosa le entra el Chilcano (de pisco o guinda); Hemingway y su Papa doble; o quizá William Faulkner y su Julepe de menta.
Definitivamente todo un “coctel” de mucho de lo mejor de las letras, que se degusta con la curiosidad del chismoso y el deseo re replicar cada uno de los alcohólicos caminos de las letras.
Se lo dejamos de tarea.
Publicado en garuyo.com el 21 de noviembre de 2012