Escritores destilados, por Marta Caballero

El periodista Antonio Jiménez Morato publica Mezclados y agitados, un libro-fiesta en el que Pessoa, Hemingway, Baudelaire, Tomeo, Vargas Llosa... se toman un trago, cada uno el suyo, y nos dan 'su receta'.
Qué triste y qué aburrido se ha puesto todo, qué grave. ¿No se echa de menos un poco de desenfado? ¿Entonar de tanto en tanto el Embriagaos de Baudelaire y danzarlo alrededor de la hoguera? El escritor Antonio Jiménez Morato sí parecía añorar el buen humor, por eso lo que empezó con un cuaderno de notas sobre la barra de un bar acabó en una fiesta de escritores en la que el alcohol fluye libremente. Invitó al evento a Dorothy Parker y a Pessoa, lo animó con Hemingway, Buñuel, Raymond Carver, Julio Cortázar... y otros muchos grandes nombres de las letras, bebedores o abstemios, y creó a capricho el libro Mezclados y agitados. Algunos escritores y sus cócteles, que acaba de publicar De Bolsillo.
La suya, cuenta desde Nueva York, no es una fiesta al uso: “Ya sabes, muchedumbres alocadas, música a todo volumen y demás. Si alguien piensa en esas macrofiestas y la relaciona con mi libro, mal negocio. No, en esta fiesta no hay aforos ni se necesita seguridad, no hay concejales implicados por acción u omisión ni ofrece negocio alguno para los más taimados. Tampoco es la fiesta de Hemingway, esa "fiesta portátil" con la que bautizó sus memorias parisinas (que en España, como sucede en tantas ocasiones, se tradujo de modo inexplicable como París era una fiesta). No, cuando yo hablo de fiesta me refiero a una fiesta íntima, tan privada que requiere tan sólo de una persona, y es la que se produce cuando alguien abre un libro y se entrega a él”.


Roberto Bolaño. Ilustración de Aurelio Lorenzo Pérez
En esa fiesta, Guillermo Cabrera Infante se toma un mojito, Truman Capote un destornillador, Javier Tomeo un café irlandés, Mario Vargas Llosa un chiclano... a veces ellos mismos, por sus palabras y sus biografías, se ganaron este cóctel en la fiesta de Jiménez Morato; otras, fue el propio autor quien se lo asignó dándole igual que fueran bebedores o no, porque no cree que la literatura sea deudora del alcohol: “Muchos textos del libro han nacido, sí, de épicas borracheras y de estados alterados, quizás la literatura de Lowry sea el ejemplo más contundente al respecto, o la de Faulkner. La cita idónea para esta cuestión sería la de Hemingway, que tanto se recuerda al hablar de estos asuntos: Escribe borracho, corrige sobrio. La idea es que la creación necesita libertad y la embriaguez, a veces, puede ofrecer la desinhibición necesaria para que esa libertad tenga lugar. Porque la libertad es un espacio, no es un estado. Pero no me gustaría que se leyera el libro como una apología del alcohol en la creación literaria en particular y artística en general. La idea era más generar un enfoque distinto al habitual para hablar de literatura. Un punto de vista más festivo”.
Aunque a cada autor de su lista se le haya asignado un cóctel, lo cierto es que los escritores, sostiene Jiménez Morato, no saben de combinados: “Suelen pedir siempre lo mismo: un whisky, un vodka, un ron, una ginebra. Y las combinaciones más comunes. Nada más alejado de esa idea de sofisticación que ofrece la coctelería que un escritor al uso, más cercano a cualquier profesional de los oficios manuales que, tras una jornada de duro y esforzado trabajo eminentemente físico se relaja con un poco de alcohol en la barra de un bar. El escritor es así en la mayoría de los casos. Lo que sucede, por otro lado, es que en el mundo literario y los encuentros que se generan a su alrededor (presentaciones, fiestas, entregas de galardones, etc.) la presencia del alcohol es constante. Pero no creo que haya un alcohol o un cóctel más adecuado que otro, o uno que calce especialmente con un autor. Además, en la variedad está el gusto, seamos promiscuos y experimentemos tantos cócteles como lecturas o escrituras...”, comenta.
Y de todos ellos, ¿quién es el mejor para beberse un trago? El autor lo tiene claro: en primer lugar a los que se han quedado fuera del volumen porque no tuvo tiempo de inculirlos (aunque quizás los invoque para una edición futura). Así, Villoro, Puig, Piglia, Castellanos Moya, Donoso, Di Benedetto, Emar, Ibargüengoitia, Levrero, Lezama, Molloy, Pauls, Chejfec, Enrigue, Luiselli... “Por fortuna con muchos de ellos comparto tragos en mi vida, así que en ese sentido no me da tanta pena”, se alivia. Y, en segundo lugar, los que solicitaron ser excluidos de la lista “por no comprender bien la idea del proyecto, que no es la de hacer una nómina de escritores con problemas de alcohol. De todos modos, por suerte, vivo en una fiesta perpetua porque me paso la mayoría del tiempo leyendo. De no ser tan parecido al título del libro de Vargas Llosa este libro se habría podido llamar muy felizmente La fiesta perpetua.
Una fiesta gustosa de leer, sobre todo, pero también de ver (ilustrada maravillosamente como está por Aurelio Lorenzo Pérez) y de degustar, pues por cada autor y cada bebida se ofrece la receta del cóctel asignado. Y concluye el autor: “A muchos podrá parecerles una fiesta anodina, pero es porque saben poco de ella. Es por eso que las campañas de promoción de la lectura me parecen muy hipócritas, porque le quieren vender a la masa no lectora la idea de que leer es agradable y en realidad a la gente no le gusta que el que esté al lado lea, porque está en una fiesta a la que él no ha sido invitado, se aísla de lo que tiene alrededor porque está disfrutando ahí, a veces incluso formándose o transformándose -que es lo que el poder teme más, el hecho de que en estas fiestas uno se libera de verdad- y eso no gusta. La mejor campaña de promoción de la lectura sería prohibirla, porque la convertirían en una de esas macrofiestas con aforo sobrepasado a las que la gente desea ir. Por eso no la prohíben, la promocionan, para que a la gente no le resulte atractiva y no la practique”.
Publicado en El Cultural el 27 de noviembre de 2012